Selección de minificciones de Roberto García de Mesa

De Fractales (Ediciones Idea, Tenerife, 2005)

Fractales

Vacío

Un personaje sin función en la historia. Un autor evitando la historia. Un vacío en la historia. Un lector en el vacío.

Muerte natural

Murió de hipnosis.

Mentiras propias de la edad

Les confesó que todo era mentira. Que lo había estudiado con detalle. Que tuvo dudas, pero que creía haberlas resuelto favorablemente. Que tratándose de una historia como aquella no quería dejar pasar la oportunidad. Que sólo faltaba que le premiaran por esta novedad inventiva. Que si no le dejaban engañar, prefería que le olvidaran definitivamente. Que, en realidad, no valía la pena vivir censurado. Que lo más honesto que podía hacer era contarles las mentiras propias de su edad.

Anti-micro-historia

Solo tuvo tiempo para olvidarse de lo que había visto.

Dos objetos insólitos

Dos objetos insólitos descubren una historia. El primero se la cuenta al segundo. El segundo se la cuenta al primero. Es la misma historia, con los mismos personajes insólitos y la misma ilusión insólita. Teniendo en cuenta esta insignificante observación, los dos objetos insólitos provocaron, entonces, la misma historia insólita. Por falta de recursos, la conclusión no pudo ser asombrosamente insólita. Así que se conformaron con un desenlace convencionalmente insólito.

El resto de una vida

Pudo haberlo entendido. Pudo haberse ido con él. O pudo haberse ido con ella. O con los dos. Pero no lo hizo. Prefirió utilizar el resto de su vida para pensarlo.

Historia

Rescató aquellos acontecimientos posibles para componer una historia, pero no supo qué hacer. Y en ese no saber qué hacer compuso una historia sin principio, sin desarrollo y sin final.

Ficciones

Hizo de su vida una ficción. Una vez se aseguraron de que había muerto, todos hicieron de él otra ficción.

Argumento

Al mismo tiempo, todas las historias no significan nada. Desembocan en la onda y su expansión encubierta. Si usted se creía una historia, habita en lo inexistente. Si piensa como una onda, usted encubre su propia expansión.

Lo que sucedió

Antes de que ocurriera, el tiempo había dejado de transcurrir.

 

4’, 33”

El pianista se preparó para no tocar durante cuatro minutos. Treinta y tres segundos más tarde nadie había abandonado la esperanza de escucharse a sí mismo, y el pianista abandonó el escenario.

Movimiento

¿Por qué había decidido salir a la calle? ¿Por qué, mientras caminaba, se percató de que llovía muy despacio? ¿Por qué llovía si en el cielo no había ninguna nube? ¿Por qué todo se movía cada vez con mayor lentitud? ¿Por qué no se había dado cuenta antes de que había perdido su propio movimiento?

El color

El color me hizo desaparecer. La luz me definió. Y el aire concentrado en aquel espacio me despojó de mí mismo. Entré en aquel cuadro y permanecí hasta el desenlace de una sensación cualquiera.

Finales

Cuando llegó al final, pudo comprobar que de entre las opciones posibles para resolver la historia que tenía entre manos no había ninguna que lo dejase indiferente. Todas le parecían razonables y justas. Con lo cual, decidió que si las enumeraba al mismo tiempo, podía completar su historia con todas las posibilidades justas y razonables que su imaginación podía conferirle.

Otros días

En este día, usted quisiera hacer otra cosa. Algo de más. Algo distinto. Un capricho nuevo. Algo que le devuelva lo que ha perdido. Unas ganas ocultas. Un juego que no ha practicado. Un pedazo de algo. Lo que le devolvieron cuando pagó en el último restaurante. Un deseo que pasó por alto. Un viaje que nunca preparó. Un trabajo que nunca le pagaron. Algo que le identifique. Algo que ignore de verdad. Algo que le distancie. Algo que le permita responder a tiempo. En este día, se acuerda de esos otros días donde se encuentra siempre con usted mismo. Donde llega a tomarse en serio. Donde no parece que sea una broma inventada por usted mismo. Viene de esos otros días. Pero hoy es distinto. Porque hoy quiere algo que no le suene a otro día conocido. En este día, hubiera preferido perderse en uno de esos espejos en los que uno no se puede ver. Pero hoy quisiera ver otra cosa. Algo único. Algo improbable. Algo que no ve los otros días, cuando es un reflejo insoportable de lo que usted mismo es.

Una microhistoria

Inventó una historia para perpetuarse en el tiempo y para invitar a los lectores a una reconciliación sincera y profunda. La naturaleza de sus sentimientos le condujo hacia campos de expresión imposibles de determinar si hablaba en términos de narración. Como decidió resolver el conflicto con rapidez, varió el perímetro inicialmente previsto hasta convertirlo en una microhistoria. Sin poder dominar con exactitud sus proporciones, acordó consigo mismo que dicha historia carecería de mensaje y que el fenómeno de la comunicación pasaría a un segundo plano. De nuevo, se acordó de los lectores y se justificó, explicándoles que el tiempo había sido pensado para desbaratar el verdadero sentido de una historia y que la subjetividad no podía pensar en términos temporales. Que la historia del pensamiento no se había establecido en base al tiempo, sino en relación al espacio. Y que una microhistoria constituía la mayor creación de antítesis del tiempo que pudiera plantearse. Que una pequeña historia se hallaba muy cerca de la nada. Y que, por tanto, carecería de desarrollo temporal. Y que su conclusión no podía ser otra cosa que la negación de todas las conclusiones posibles.

De Visiones desde el marco (Ediciones Idea, Tenerife, 2008)

Visiones desde el marco

La hoja en blanco

Vespertino nació mudo. Fue un bebé que nunca gritó, ni lloró, que nunca emitió de su garganta sonido alguno. Sus padres pensaron que era cosa de la edad hasta que cumplió los seis años y una logopeda se dio cuenta de la situación: «Su hijo puede hablar, pero no quiere hacerlo». Con el paso del tiempo comprobarían que no había manera de que pronunciara palabra alguna. Y no parecía necesitar el habla. Logró generar un lenguaje con su familia y con sus amigos basado en lo que más adoraba. Un lenguaje, como digo, compuesto de segmentos de silencio de diferente duración. Sus padres llegaron a identificar hasta quinientas cuarenta y siete secuencias diferentes. Un programa de televisión se interesó por la noticia y logró realizar un reportaje que emitió una de las principales cadenas del país. Tuvo una enorme popularidad porque fue retransmitido varias veces y porque nadie decía nada en él. El documental dio la vuelta al mundo. Vespertino fue visitado por muchos líderes espirituales y prestigiosos lingüistas, con el fin de asimilar su lenguaje y de poder transmitirlo. Nunca pronunció ni una palabra, pero tuvo muchos seguidores. El día de su muerte nadie habló. Un diario nacional publicaría, unas semanas más tarde, lo que fue su testamento: una hoja en blanco.

Estaciones

Cuando
una
estación
de
tren
se
cierra
definitivamente,

nace
otra
en
algún
lugar
recóndito,

pero nadie lo sabe.

Incluso

Hay un momento en la vida de las personas que pudo no haber existido. Ese momento suele olvidarse. A decir verdad, nadie se acuerda. Incluso dudan de su existencia. Incluso comentan que no estuvieron allí cuando sucedió. Incluso no saben de lo que hablo. Incluso.

Partido

Su padre le había enseñado a jugar al fútbol. Él se había afiliado a un partido político. Pero en aquel campo no había pelota. Comprendería, poco tiempo después, que tampoco habría reglas y que sólo podía ganar una sola persona y que tan pronto obtuviera la copa nacional los demás jugadores acabarían descalificándolo por haber triunfado.

Gestos

Al salir de su casa y cerrar la puerta se percató de que sus gestos no coincidían con los sonidos habituales, de que no estaban sincronizados. Después de transcurrir unos minutos, consiguió escuchar el crujido de la puerta de su casa cerrándose en otra calle, mientras observaba en silencio, dentro de un taxi, el tránsito de la plaza. Alguien le hablaba y no podía escucharle en el mismo momento, sino después. Por eso empezó a creer que oía voces. Se percató también de que su lugar de trabajo ya no existía… Y de que, en realidad, se había perdido porque no encontraba el camino de regreso a casa.

El ojo andaluz

En pocas horas habían aparecido tres ronchas encima de mi tobillo izquierdo. Tras un momento de alivio, sentí otro gran picor al lado de la ingle. A los dos días siguientes, me había salpicado de ellas en los brazos y en el pecho. Desde innumerables lugares, mi cuerpo me reclamaba el sumo placer de rascarlo todo, pero no era suficiente. Comencé a acudir al espejo de manera más habitual, cada quince o treinta minutos. Incluso creí tener el acné de una adolescente o la varicela. Observaba el imponente avance de las ronchas. Descubría alguna y, aunque no me picara en ese preciso instante, sentía la inercia, el puro vicio de rascar. Luego dejé de mirarme al espejo por vergüenza. Empezaba a no aceptarme, a sentir asco. Y fue entonces cuando decidí arrancarme los ojos. Le propuse a mi marido que lo hiciera con una hojilla de afeitar de las de antes. Al principio le dio pena. Pero acabó ejecutando la acción con sumo cuidado. Lo último que vi fue una luna llena de agosto y una nube que la serruchaba de parte a parte. Ahora estoy ciega y lo único que me pica, algunas veces, es el contacto con la venda que debo llevar puesta. Pero ya no siento aquella angustia, ni la inercia, ni la ardiente necesidad de arrancarme la piel.

 

10.59

H. G. decidió cargar solo contra las filas enemigas. A las 5 horas del día 11 de noviembre de 1918 se había firmado la paz. A las 11 horas debía hacerse efectivo el armisticio. Pero los dos ejércitos aún no habían depuesto las armas. Los mandos no quisieron dar la orden de alto el fuego hasta el último segundo. En el ínterin, varios miles de soldados de ambos bandos perdieron la vida o resultaron heridos.
A las 10 horas y 57 minutos salió de la trinchera. Desoyó las advertencias de sus compañeros y siguió con paso firme. Los otros le vieron. Lanzaron varios disparos a tierra, al aire. H. G. no detuvo el paso. Unos metros antes de llegar a las líneas enemigas, un tiro en la frente lo derribó. Un solo acto, un solo gesto fugaz y definitivo bastó a las 10 horas y 59 minutos para bajar el telón de la gran guerra.

La ciudadela

Cuando tenía entre las manos el volante, es decir, la velocidad de un tranvía, nunca imaginó que pudiera quedarse sin trayecto tan pronto. Ni que después de ser descubierto durmiendo en el suelo de plástico tuviera que improvisar una huida tan espectacular: «Oiga, conozco mis derechos, no hago nada malo». Abrir puerta. Echar operario. Encender aparato. Conectarlo todo. Moverse. Avanzar. Más rápido. Sentir que huyes y la certeza de que en algún punto se acabará el trayecto. Tendré que bajar. Seguir huyendo. Escuchar cómo me persiguen. Están demasiado cerca. Se acabó. No puedo avanzar. Salto. Caigo. Correr con todas mis fuerzas. Escucho las voces. Más deprisa. No puedo mirar atrás. A la ciudadela. Está en obras. Allí encontraré un lugar. Me siguen. Están más lejos.

Las autoridades ordenaron demoler la zona porque se había acumulado la peor delincuencia de la ciudad. Así que trasladaron a todas las familias a un barrio más alejado, junto a otros delincuentes que, a su vez, habían llegado de la misma forma. La ciudad sería «más segura». «Sin malas hierbas». Sin oposición para los fines electoralistas de los políticos de la región: «Por una urbe más limpia». «Una ciudad 10».

Se había convertido en una ciudad fantasma, tan solo habitada por los obreros, las máquinas y la especulación, «los buenos deseos», «la prosperidad». Las mejores vistas estaban en aquel espacio. Por eso, un delincuente de poca monta no podía germinar allí. Aquello se merecía otro nivel con mayor poder adquisitivo.

Mientras corría, pensaba en los cambios que se habían producido y que poca gente debía conocer lo que allí se estaba haciendo. Escuchaba los cuchicheos cada vez más cerca. No comprendía cómo habían podido llegar tan rápido. De repente, el suelo donde pisaba se vino abajo y se hundió con él. Caería unos quince metros. Sintió que no podía moverse. Se había quedado sin sensibilidad en parte de la espalda y piernas. Boca arriba y respirando profundamente en aquella semioscuridad, se daría cuenta de que no tenía fuerzas para gritar. El pánico le había atornillado la voz.
Escuchó algo. Lejano. Cerca. Más cerca. Unos pasos. Lejos de nuevo. Muy lejos. Nada podía hacer. Se le acercaría un gran chucho. Al comprobar que no se movía, comenzó a olerlo con mayor confianza. Iba perdiendo poco a poco el control de su cuerpo. Los brazos se volvieron pesados. El perro guardián, que debía llevar semanas sin comer, comenzó a mordisquearle las piernas. Le arrancó varios trozos de su cuerpo. Él no sentía nada. Una lágrima corrió por su mejilla. Las voces anteriores habían sido sustituidas por los gruñidos ondulantes del animal que masticaba su cuerpo con voracidad.

Ya saciada, la bestia se acostó en la arena cerca de su cara y le miró a los ojos con cierta ternura. El animal comenzó a gemir. Su llanto, sus aullidos le recordaban a un perro que recogió cierta vez de la calle y que adoptaría hasta que el alcalde recomendara al juez ejecutar los desalojos y ordenara la correspondiente obra municipal.

De cómo Lidia se convirtió en cuento y de cómo nadie la supo entender al principio cuando sus brazos se movían como si fueran aspas de un molino o imitaba voces de personajes distintos o se dedicaba a contar historias como aquella en la que se volvía exquisita porque interpretaba a una emperatriz de Rusia o le daba por creerse un bufón y llegaba a comerse una gran chuleta con las dos manos mientras se subía a la mesa y gastaba bromas o cuando interpretaba el papel de un político punk que daba un mitin en el balcón de la casa ante una multitud o cuando se colgaba boca abajo de una lámpara con una especie de camisa de fuerza y de cómo la familia comenzó a preocuparse aunque algo de todo aquello se les iba pegando y de cómo aquella familia se convertiría en una agrupación de contadores y de cómo sus miembros empezaron a recibir visitas y ofertas de diferentes centros culturales para actuar y de cómo cada uno a su manera se fue convirtiendo en cuento y de cómo Lidia en estos días está de gira por Suramérica y de cómo su hermana acabó admitiendo que cada vez se parecía más a ella y que si no la creían que se lo preguntaran a Blancanieves

Pues eso.

La última actuación

¡Cómo prescindir, para tal fin, del arte, del bufón!
F. Nietzsche

Entró en el camerino. El maquillaje de su cara apenas había variado. Las gotas de sudor recorrían el resto de su cuerpo. Todavía se oían los aplausos de su última actuación en la arena del Circo Flanagan. Cerró la puerta y consiguió un poco de intimidad. Se sentó frente al espejo. Cogió un algodón y empezó a borrarse la pintura de la frente, de la barbilla… Encendió la radio y en el canal clásico sonaba The Cellist of Sarajevo, de David Wilde, interpretada por el virtuoso Yo-Yo Ma. Agarró su nariz y su peluca de payaso y las lanzó a un lado de la mesa.

Con un segundo algodón, se secó las lágrimas y la pintura de los pómulos y de la nariz. Detuvo su mirada en una foto de su mujer y de su hija adherida al espejo. Luego la despegó y la guardó en un bolsillo de la americana que colgaba de la silla.

Volvió a repasar el titular del periódico La Tarde, que le había traido Julius, el gerente, media hora antes de su actuación: «Madre e hija muertas en un accidente de tráfico».

Se levantó de su asiento, se miró al espejo una vez más y se cambió de ropa. Rasgó su frac de payaso y lo introdujo, junto con los zapatos, la peluca y su nariz postiza, en una bolsa de plástico. Abrió la puerta. Descolgó la placa de su camerino que ponía «El payaso Freddy» y la guardó en su americana. Salió por la puerta de atrás. Tan solo fue visto por una bailarina. Observó la enorme tienda del Circo Flanagan y suspiró. Introdujo la bolsa y la placa en un contenedor de basura. Abrió su paraguas y, con paso tímido, se mezcló entre los transeúntes.

De Fisonomías (Ediciones Idea, Tenerife, 2014)

Lo bueno, si breve…

Llegó con prisa, sin tiempo para pensarlo con detenimiento. Se aproximó al borde y saltó al vacío con los ojos cerrados.

K.

K. lanzó los dados y ganó la apuesta al guardia que custodiaba la puerta del alto tribunal. Una vez dentro de la sala se percató de que estaba vacía. K. esperó largo tiempo, pero nadie entraba para juzgarle. Por eso abrió de nuevo la puerta, decidió sentarse en el banco donde le esperaba el guardia y ambos siguieron jugando a los dados.

Quijote

Cuando vio reflejado su propio rostro en el agua del lago, a la luz de la luna, el anciano descubrió que habitaba en él otro Quijote y que podía haber tantos dentro de él mismo como noches existían en la vida de un hombre.

R. y P.

A las 20:00 horas alguien llamó a la puerta. A las 20:01, P. abrió y dos individuos le golpearon y lo ataron a una silla con cinta de embalar. A las 20:15 entró por la puerta R. Los ojos de P. se abrieron sorprendidos. Su boca estaba sellada, así que solo podía murmurar sonidos incomprensibles.

A las 20:17, R., que decidió disfrutar detenidamente de su venganza, mirándolo así tan atadito a la silla, se acercó a él. Por un instante, le apeteció enseñarle el tanga que llevaba, pero se percató de que había contado con los dos ayudantes de más confianza que podía tener: dos ex novios de ella misma que odiaban a P. por innumerables razones.

A las 20:24, P. ya sabía por qué le habían sometido de aquella forma. Él negó con la cabeza y el individuo de la derecha le dio una cachetada. P. se rió y el de la izquierda le dio un puñetazo en la boca del estómago.

R. se sentía un poco excitada con aquello, y le pidió de nuevo a P. que le devolviera las joyas que le había robado.

A las 20:31, P. estaba inconsciente. R. le dijo a sus amigos que, de momento, no los necesitaba y que arreglaría este asunto personalmente. Ella les condujo hasta la puerta y les empujó suavemente hacia fuera. Les dio dos besos con lengua y a las 20:42 estaban ya solos R. y P.

Ella frotó sus manos y se dispuso a aprovecharse del prisionero. Lo que le hizo R. a P. a lo largo de las siguientes 2 horas no nos es posible contarlo, porque, si lo hiciéramos, este microrrelato sería el más largo de la historia.

No obstante, a las 22:45, R. decidió descansar porque P. ya no respondía.
R. salió de la casa de P. con una sonrisa de oreja a oreja y saludó de lejos a sus ex que la esperaban, como si tuviera una cita con ellos. Lo que no supieron sus dos amigos es que ella nunca había perdido sus joyas, y que antes de asesinarlo, P. le había confesado al fin que le había sido infiel con dos de sus mejores amigas, pero que la seguía queriendo mucho.

Otros cielos

Al ver la piedra oscura, se percató de que procedía de otro mundo. En algún momento, hace varios miles años, un meteorito debió de impactar en la región. Cuando preguntó en el pueblo sobre si había más piedras, le explicaron que era habitual encontrarse con ellas, sobre todo si iba a la iglesia a menudo, pues había sido construida con aquellos fragmentos que, en otra época, vinieron del cielo.

Alguien también le diría que la iglesia se había edificado con los restos de un templo maya, construido mucho antes, en el mismo lugar.

Biblioteca

Se publicaban tantos libros que las casas comenzaron a construirse con ellos. Y cada propietario quiso elegir a los autores. Y las ciudades se levantaron con libros. Pero todo esto sucedió porque, en cierta ocasión, Leibniz dijo que las bibliotecas terminarían por convertirse en ciudades.

Utopía

Nunca terminaban las reuniones de Estado. A la mitad del discurso, unos se dormían y otros comenzaban a hablar, pero débilmente, pues también se rendían ante el tremendo sopor. Aquella tribuna pública se llenó de tantos sueños que el país entero fue incapaz de levantar sus párpados.

Justificaciones

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso

[Justificación 1]
El dinosaurio, a veces, espera y, a veces, no.

[Justificación 2]
El dinosaurio tiene una digestión pesada y muy larga.

[Justificación 3]
El dinosaurio no tuvo prisa aquel día.

Variaciones

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso

[El dinosaurio y el otro]
El dinosaurio nunca supo si el otro también estaba allí.

[El dinosaurio y su comida]
El dinosaurio esperaba a que despertase para comérselo.

[El dinosaurio y la dinosauria]
Y el dinosaurio le dijo a la dinosauria: «Esta vez, cuando despiertes, ya no estaré aquí».

La llamada

De repente, una llamada de móvil estremeció a los familiares del muerto. La insistencia interrumpió la ceremonia. Todos se miraron mutuamente. El sonido provenía del interior del ataúd. Nadie se atrevía a abrirlo.

Se trasladó la caja con el muerto al cementerio y el teléfono móvil no dejaba de sonar.

Antes de introducirlo en la zanja, los familiares hablaron, primero, entre ellos, en voz baja, unos minutos. Y, al finalizar la breve conversación, la viuda le hizo una señal al enterrador y este concluyó el trabajo, mientras el sonido del timbre se escuchaba cada vez más lejano. Entonces, dejó de oírse y vino el silencio. Los familiares se miraron entre sí y, por fin, pudieron llorar en paz.

Lectura

Soñé que tú me leías. Al despertar, me pregunté si era yo el que leía a través de tus ojos o realmente eras tú.

La araña

Mientras dejaba que Dios se expresara a través de sus labios, ante un gran auditorio, en la ciudad de Praga, el Papa Benedicto XVI nunca hubiera creído por sí mismo que una araña tuviera la suficiente capacidad de maniobra y la habilidad estratégica necesaria para recorrerle una buena parte de su cuerpo y de su discurso, sin percatarse de ello. Más tarde comprobaría personalmente cómo las cámaras habían captado, para el mundo entero y para él también, el preciso instante donde la intrusa acababa el laborioso trabajo de tejer una tela alrededor de su cuello.

Última microhistoria

Decidió escribir la última microhistoria de su vida. Con ella pondría fin a una breve carrera literaria. Después de pensar durante mucho tiempo en cómo sería, se pinchó un dedo, se sentó ante el folio en blanco y vertió una gota de sangre sobre él.