Editorial

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A lo largo de todos sus números, la revista Laboratorio se ha caracterizado por tratar de abrir un espacio a las investigaciones y creaciones que indagan en los límites de la literatura. En esta nueva entrega, por ejemplo, los dos escritores entrevistados dan cuenta de distintas formas de contaminación y relaciones: Nona Fernández se refiere a la influencia del teatro y el melodrama para sus novelas, y Egor Mardones caracteriza su obra como un texto «que no sólo se agota en la poesía, que recurre a otros códigos, a otros textos y a otros intereses también». Del mismo modo, dentro de los artículos se cuestiona el status de géneros híbridos  y móviles como la autobiografía (según estudia Irene Lulo en Mario Levrero) y el ensayo (como analiza Emilio Gordillo en el caso de Enrique Vila-Matas), y también Marcelo Paz Soldán se pregunta por las nuevas condiciones de la lectura en un escenario en que los libros son pirateados y circulan a través de tablets y teléfonos móviles.

Una mayor concentración de miradas se produce, en esta ocasión, en la relación entre escritura y visualidad. Martín Gubbins, en su presentación de La filial de Matías Celedón, señala que este libro escrito con timbres de goma circula «entre la poesía visual y la narrativa» y destaca que gracias a dicho carácter tangible «estos textos se leen y también se ven». Del mismo modo, Megumi Andrade se detiene en la diagramación de los poemas de Paulo de Jolly, particularmente en la amplia separación de las letras, que produce curiosos efectos perceptivos, y que a su juicio «remarca e intensifica el sentido de la palabra». Y también Andrea Meza, que estudia las letras ilustradas en un manuscrito medieval, afirma que «son las palabras caligrafiadas las que determinan el sentido».

Esa necesidad de comprender las obras no solamente mediante la acumulación de sus contenidos semánticos, sino principalmente atendiendo a su materialidad, es la misma que reclaman las obras del dossier de poesía visual, como los papeles recortados y manchados de Francesco Aprile, las radiografías de Liliana Vasques, las tipografías desarrolladas por Manlio Speranzini o los videopoemas de Verónica Padín, entre otros. En esta época en que las palabras parecieran ser tan fácilmente reemplazables y descartables, es necesario recordar que la literatura no se hace solamente con la cabeza: se escribe con las manos, con lápices, con pinceles, con tijeras, con timbres, con fotocopiadoras, con máquinas de escribir, con computadores y, por supuesto, también con la voz.

Felipe Cussen
Comité de Redacción
Revista Laboratorio