Encuentro con Fernando de Szyszlo a propósito del poeta César Moro

Autora: Gaëlle Hourdin ((Gaëlle Hourdin es doctora en literatura hispanoamericana y especialista de poesía contemporánea. Su tesis doctoral se titula: “L’étincelle et la plume” : une poétique de l’entre-deux dans l’œuvre de César Moro. Trabaja en la Universidad de Toulouse-Le Mirail (Francia), donde da clases de lengua española, traducción y literatura hispanoamericana. Ha participado en coloquios y congresos en Francia, España, Bélgica y México y ha publicado varios artículos sobre la obra poética de César Moro y la poesía hispanoamericana contemporánea.))

(Université de Toulouse-Le Mirail, Toulouse, Francia)

Email: [email protected]

Fernando de Szyszlo (Lima, 1925) es uno de los mayores representantes de la pintura abstracta de los años 1950 en América Latina. Fue muy amigo de Emilio Adolfo Westphalen y también trabó amistad con el poeta y pintor peruano César Moro (Lima, 1903-1956) a finales de los años 1940.

El 12 de julio de 2009, me recibió en su casa de San Isidro (Lima) para compartir conmigo sus recuerdos del poeta en cuya obra centré mi trabajo de tesis titulado: “L’étincelle et la plume” : une poétique de l’entre-deux dans l’œuvre de César Moro.

¿En qué circunstancias conoció usted a César Moro?

Cuando yo comencé a pintar, alrededor de 1945, se inició una amistad que duró toda la vida con el poeta Emilio Adolfo Westphalen. Emilio era compañero de César Moro en las primeras manifestaciones del surrealismo en el Perú. Juntos habían publicado una revista de corta pero importante vida que se llamó El Uso de la Palabra. Cuando, en 1947, comenzó Emilio a publicar Las Moradas a cuyo comité de redacción yo pertenecí, entré en contacto con Moro. Era una persona muy generosa; gracias a él, tengo montones de libros de poetas mexicanos dedicados: de Xavier Villaurrutia, de Agustín Lazo, de todos los amigos de César de México. Después, César vino a Lima y fue entonces cuando lo conocí y frecuenté. Yo estaba de regreso de París por unos meses y nos encontrábamos muy a menudo en la Peña Pancho Fierro, donde las hermanas Bustamante tenían expuesta su magnífica colección de arte popular peruano y que era un sitio de reunión de escritores y pintores de vanguardia.

César vivía en Barranco e intercambiamos cuadros. Además, esta amistad se fortalecía porque ambos éramos admiradores profundos de Marcel Proust y de la pintura de Pierre Bonnard, que acababa de morir en 1948. Teníamos ese contacto muy fuerte y muchos amigos comunes: José María Arguedas, que quería mucho a César, y Emilio, con quien venía César a menudo. Nos reuníamos en la Peña Pancho Fierro que era un pequeño local en el centro de Lima que albergaba una bellísima colección de arte popular peruano, especialmente procedente de los Andes, y que pertenecía a las hermanas Alicia y Celia Bustamante. Esta última era casada con Arguedas. A la Peña íbamos artistas e intelectuales de diferentes generaciones. De mi generación, que éramos los más jóvenes, llegaban los poetas Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy y Blanca Varela. Yo regresé a París y a mi vuelta, en 1955, lo volví a ver pero eran los últimos meses de la vida de César. Él enseñaba en el Colegio Militar Leoncio Prado; entre sus alumnos estaba Mario Vargas Llosa. Mario contaba cómo se burlaban sus compañeros de César, que era una persona frágil, y pasto de bromas por sus preferencias sexuales. ((Mario Vargas Llosa contó sus recuerdos del poeta en el artículo titulado “Nota sobre César Moro”, publicado en la revista Literatura (Lima, n° 1, febrero de 1958, p. 5-6). ))

Es muy triste porque César se murió consciente de que vivía sus últimos tiempos. Hay una historia que me contó Margot Schmidt: Margot era una belga que se había casado con un pintor peruano que se llamaba Ricardo Grau. Después, se casó con un abogado que era el hermano de la mujer de Westphalen, José Ortiz Reyes. Margot era muy amiga de César y cuando César estaba internado en el hospital, en el Instituto de Neoplásicas, el hospital del cáncer que estaba por el centro de la ciudad, me contó una cosa que a mí me impresionó mucho. Fue a visitarlo; César estaba sin ánimo. Entonces le dijo: “César, ¿por qué no te vistes y vamos a dar una vuelta? Si no te sientes mal, ¿por qué no caminamos?”. Y entonces él le dijo: “Bueno, sal un momento, yo me visto y salimos”. Entonces, dice Margot que estuvo esperando en la puerta del cuarto unos diez o quince minutos, y cuando regresó, encontró a César acostado otra vez. Le dijo: “¿Cómo… si íbamos a salir?”, y César le dijo: “Me iba a vestir pero he mirado por la ventana y he visto a una mujer comprando naranjas…”.

Nadie sabe de qué se murió. Un médico que era muy amigo suyo y muy amigo nuestro y que trabajaba allí en el hospital del cáncer, me dijo: “César no tiene por qué estar aquí, no tiene cáncer, César tiene una úlcera que sangra”. Nadie supo. Total, César murió. Lo que a mí me impresionó, fue ver a este poeta surrealista, este maravilloso poeta surrealista, en su ataúd y seis militares haciendo guardia con uniforme de gala. Una cosa tan terrible. Como al año, le organizamos un homenaje en el Instituto de Arte Contemporáneo con André Coyné (( André Coyné fue un amigo íntimo de Moro en los últimos años de su vida y es, en la actualidad, su albacea literario.)) y su hermano Carlos Quíspez Asín. Hicimos una exposición de los últimos pasteles que tenía César y que eran muy lindos, abstractos.

Me imagino que como pintores los dos y por esta afición común a Proust y Bonnard, ¿hablaban de poesía y de pintura juntos?

Sí, más de poesía, diría yo. Porque César, nunca le dio mucha importancia a su pintura. No era como Eielson, un poeta que también era pintor. Eielson toda su vida, sí le dio mucha importancia a su pintura. En cambio, César la tenía un poco como un violon d´Ingres.

O sea que se consideraba más como poeta que como pintor.

Más como poeta, sin duda. Y además era mucho más importante como poeta.

Me parece también… Y ¿él no hablaba de su propia poesía? Porque André Coyné me decía justamente que con él, no hablaba de su poesía, no hablaban de poesía juntos aunque ambos eran poetas.

No, Moro era una persona que hablaba poco de poesía, la verdad. Había veces que era un juez terrible con las cosas que encontraba provincianas o, como decimos acá, “huachafas”, pero en general él era muy divertido, muy gracioso, muy ocurrente, muy sarcástico, digamos. Siempre se burlaba de la gente.

Lo que resulta extraño, ¿no? Porque parece que era el poeta por antonomasia pero por otro lado no hablaba de poesía, era como una práctica muy solitaria.

Sí, era… tal vez como Westphalen, era una persona muy encerrada. “Recroquevillée” dicen en francés, ¿no?…

Sí… Y ¿tampoco hablaba de su vida privada?

Tampoco, tampoco mucho. ¡De su vida privada habla Coyné! Con gran soltura. Era una persona secreta, sin duda. Pero era un gran poeta… Un día, yo estaba hablando con Octavio Paz de poesía surrealista, unos dos años antes de que Paz se muriera; decíamos: en el fondo, la poesía surrealista no dio muy grandes poetas. Hay algunos poemas de Bretón –“L’Union Libre”–, que son maravillosos, y Pierre Reverdy, que no era totalmente surrealista; pero Moro era uno de los poetas más importantes que el surrealismo ha producido, y sin embargo, esa fobia que Bretón tenía por los homosexuales, siempre lo puso al costado, salvo en la época en que realmente lo necesitó: cuando fue a México para organizar la exposición surrealista, sí lo necesitó a Moro y sí le dio audiencia, sí le dio importancia, pero Moro siempre estuvo un poco puesto de lado. A pesar de que todos los manifiestos surrealistas importantes fueron firmados por Moro.

Pero parece que Moro y Bretón tenían cierta relación amistosa, ¿no?

Quizás, pero Moro era tan discreto que nunca daba la impresión de querer que se supiera de sus amistades en el grupo surrealista.

¿Era más una admiración por parte de Moro?

Sí, una admiración por parte de Moro y… era como ser fieles de una misma religión, una solidaridad en el pensamiento. Pero yo creo que él le guardaba rencor en el fondo a Bretón por eso, por esa animadversión que tenía Bretón por los homosexuales, tan extraña.

Y es verdad que no quedan huellas de su estancia en París, de todo lo que hizo con los surrealistas, a pesar de haber sido tan implicado.

Tan implicado y haber escrito tan buena poesía surrealista. Pero la única explicación que le veo es ésa porque Bretón fue implacable con todos los homosexuales.

Y con Éluard, ¿no quedó en contacto después de su estancia en París?

No creo; de Péret quizás, conservó la amistad porque Remedios Varo era muy amiga de César. Pero en cambio, con los surrealistas que vivían en México, sí era íntimo: de Alice Rahon, de todos ellos, de Leonora Carrington –él tradujo Abajo, ese bello texto de Carrington, que fue publicado en Las Moradas.

Usted me hablaba de Octavio Paz, ¿él conoció a Moro?

Octavio Paz, sí, muy bien, en México. Lo que pasó es que Octavio inmediatamente después se fue; Octavio se fue en el año 39: se casa y se va. Octavio tenía veinte años en el 34. A los cuatro años, se va a Nueva York, entonces ya no regresa casi a México. Pero Octavio lo conocía muy bien, le gustaba mucho la poesía de Moro.

O sea que se conocieron poco tiempo, entre el 38 y el 39.

Un poco, sobre todo porque después, Octavio se fue a vivir a París y nunca regresó a México hasta el 59.

Y dentro del círculo de amigos al que pertenecía usted, y César Moro, estaban también Arguedas, Westphalen por supuesto…

Arguedas, Ricardo Tenaud, el marido de Renée… Estaban Javier Sologuren, la cuñada de Arguedas, que era una persona estupenda: Alicia Bustamante… Arguedas era una persona que uno se daba cuenta cuando estaba, era una persona muy notoria, en su personalidad. No es que fuera agresivo ni que quisiera figurar, sino toda su forma de ser era tan interesante… Era una persona realmente impresionante.

Lo que me contaron Lilly de Cueto y Renée Tenaud de lo que les impactó de la personalidad de Moro, fue sobre todo el hecho de ser así muy gracioso, muy fino…

Muy divertido, muy ocurrente, muy gracioso, sí. Siempre estaba haciendo bromas.

De un lado, muy extravertido, y al mismo tiempo, muy secreto.

Muy secreto. Tenía un mundo… Era una persona de una discreción… Nadie podía decir que César era homosexual. Era delicado, era una persona delicada; Sologuren también era una persona muy delicada y no tenía nada de homosexual. Lo que pasa es que para los adolescentes de la generación de Mario Vargas Llosa, una persona delicada y que va a enseñarle francés a un grupo de muchachos rebeldes que están en una escuela militar, un poco como castigo de sus padres, César parecía una flor entre ellos.

Sí, porque además se sabía que era poeta…
Algo que me extraña todavía, es que César Moro sea a la vez tan reconocido y tan poco publicado… Estuve en México para buscar información y parece que no quedan huellas de su estancia, a pesar de todo lo que hizo.

… de todo lo que hizo. Porque en México, fueron los mejores años de su vida. Es terrible, uno piensa que la gente importante dejó una huella muy fuerte, y no. Es decir, dejó una huella muy fuerte entre sus contemporáneos, pero cuando sus contemporáneos mueren, no queda nada. Lo único que queda es la obra, ¿no?

Sí, pero cuando no se publica, no se conoce tampoco.

¡Nada!

Y ¿en qué lugares se encontraban? ¿En la Peña Pancho Fierro?

En la Peña Pancho Fierro y en mi casa… y después en su casa, en Barranco, allí en la Bajada de los Baños. Esa casa la heredó César del hermano de un músico judío austriaco que vivía aquí en el Perú, que se hizo peruano, la guerra lo tiró para acá y se llamaba Gunther Holzman y en esa casa hacíamos unos conciertos de música contemporánea: la Agrupación Espacio se llamaba un grupo que éramos arquitectos, escultores y pintores… Y después, cuando Gunther dejó esa casa, César se mudó allí pero siempre era muy activo, le encantaba la playa y el sol, le encantaba tostarse.

Su casa es una de las últimas, ¿no?

Es la última a la izquierda, no sé si se ha construido otra pero era la última a la izquierda. Era muy linda, era una casita.

¿A qué otro tipo de actividades se dedicaba? No era muy aficionado a la música, ¿no?

No, nada, ¡en eso era surrealista al ciento por ciento! La música no existía para él. Ni para Westphalen tampoco. Eran completamente sectarios… Qué extraño, ¿no?

Sí, sobre todo porque su obra en francés, particularmente la obra más tardía, es pura música, ¿no? Son juegos sonoros…

Exacto. Y Westphalen al final también escribía cosas vinculadas a eso. Hizo unos cuatro poemas chiquitos… A mí, un taller de grabados de California, de San Diego, me pidió que escogiera cuatro poemas de un poeta peruano para hacer un librito de grabados. Y escogí poemas de Westphalen, le pedí cuatro poemas. Son cuatro poemas cortitos pero uno sobre todo es sobre música, compara a la mujer amada con una viola para apretarla… es muy bonito, brevísimo pero lindo.

Era una amistad extrañísima entre Emilio y César porque César era una persona muy abierta y Emilio era una persona muy poco sociable. Una vez le dije… porque él venía a almorzar todos los martes aquí y le dije: “Emilio, ¿por qué no vienes mañana a comer, que van a venir los Vargas Llosa y otra pareja –no recuerdo quién más–?” y me dijo: “A mí, toda reunión de más de cuatro personas me es insoportable”. ¡Increíble, increíble era! Tan hosco.

Y Emilio era la persona más difícil del mundo, sobre el tema de la religión por ejemplo, intolerable.

En cambio, parece que César Moro, que era también ateo…

Totalmente, sí. ¡Yo me acuerdo de haberme reído con César de la foto de Benjamín Péret en el boulevard Montparnasse insultando a un cura! Es una foto de uno de los números de La Revolución Surrealista. ((Esta fotografía aparece en: La Révolution surréaliste, n° 8, París, 1 de diciembre de 1926, p. 13.))

Una pregunta que me hacía también –porque parece que César Moro no se sentía muy bien en Lima– es: ¿por qué se quedó en Lima después de volver de México y no se fue otra vez?

No tenía fuerza y no tenía dinero. Tenía esas frases tan geniales… Se quejaba, todo el tiempo se quejaba de Lima, del Perú y algún día le dije: “César, pero tú sabes cómo son las cosas: en todas partes se cuecen habas” y él dijo: “Sí, pero aquí, sólo habas”. De esas frases, me acordaba yo tantas porque era cáustico así… Todo el tiempo se quejaba del Perú. Y Lima la horrible, el libro que hizo Sebastián Salazar Bondy, está hecho sobre la fecha con que aparece un poema de Moro; en Las Moradas está ese poema. ((Se suele confundir el poema póstumo y sin título al que alude Fernando de Szyszlo, fechado en “Lima la horrible, 24 de julio o agosto de 1949” (La Tortuga Ecuestre y otros poemas, Lima, Tigrondine, 1957, p. 63-64), con el poema “Viaje hacia la noche”, que se publicó en: Las Moradas, Lima, n° 1, mayo de 1947, p. 9.))

Era muy duro y crítico hacia Lima por la gente, ¿no?

Sí, por la gente. La playa le encantaba, esas cosas le encantaban, pero la gente y sobre todo el clima cultural era una cosa… sobre todo en aquella época, era peor todavía. Porque ahora, ha cambiado un poquito, no ha cambiado mucho pero ha cambiado un poquito.

Porque culturalmente hablando, ¿no pasaba nada interesante?

Nada. En el año 47 en que hice mi primera exposición, en Lima no había una sola galería de arte. Ni una sola. O sea que los pintores buenos, famosos en esa época como Sabogal, o un principiante como yo, todos exhibíamos en institutos culturales, clubs… Eso cambió en el 48, se hizo la primera galería y después ya… ¡ahora hay demasiadas! Pero César nunca hizo una exposición personal. La primera exposición personal fue ésa que hizo el Instituto de Arte Contemporáneo. ((Se trata de la exposición de sus pinturas al pastel que se organizó a los pocos meses de su muerte, en 1956.))

Sí, porque sólo había expuesto en París y en Bruselas…

Claro, en colectivas… ((En Bruselas, Moro expone sus obras con el mexicano Santos Balmori, el dominicano Jaime Colson y el chileno C. Isaías (Cabinet Maldoror, marzo de 1926). En 1927, el mismo Jaime Colson y César Moro comparten otra exposición en París (Association Paris-Amérique Latine).))

Pero no tenía ese interés ni por publicar, ni por exhibir…

No, en absoluto. Yo creo que el único entusiasmo que tuvo por publicar fue la Lettre d’Amour. Este texto está lindo y la edición también.

Sí, es muy preciosa.
¿Por qué no le interesaba publicar, a su parecer? ¿Porque pensaba que no había lectores para él?

Que no había interés… pero a Las Moradas por ejemplo, siempre mandaba colaboraciones. En todos los números de Las Moradas, hay una colaboración de él: hay una nota muy cáustica sobre una antología de poesía peruana que hizo un poeta americano que vivía aquí y que se llama Hoffman Hays. Entonces, Hoffman Hays decía, en el prólogo de esta antología: “La poesía europea, seguramente es el pasado; la poesía americana es el presente, y la poesía latinoamericana, ¿por qué no es el futuro?”; y entonces, César en su crítica, decía un refrán que se dice acá: “Si para allá me la dejas, perdonármela quieres”. En todos los números de Las Moradas, hay un texto de Moro. Hay poemas, hay un artículo sobre Bonnard, un artículo sobre Proust, hay esta crónica de libro, después me parece que hay una crónica sobre un libro de Agustín Lazo, un pintor y escritor mexicano que él quería mucho pero que no era muy interesante; sobre Villaurrutia que era amigo de Moro…

Aparte de Villaurrutia, ¿no sé si estuvo en contacto con los demás miembros del grupo Contemporáneos?

No mucho, no. Lo que pasa es que no ha dejado huellas. Nadie habla de él, no existe. Lo único que se menciona es la exposición surrealista de México.

Pero con Leonora Carrington tenía una relación muy estrecha y Leonora Carrington en México, sí que tenía mucha audiencia. Wolfgang Paalen era el amigo de Moro en México; Gordon Onslow-Ford, ese pintor inglés, también.

Y acá en el Perú, cuando se murió César Moro, ¿qué resonancia tenía su obra?

No mucho.

Porque cuando se fue a París, parece que se le conocía un poco como pintor y dibujante.

Sí, como dibujante, sí. Había un pequeño grupo surrealista aquí: Moro, Westphalen, después había un escritor que se llamaba Méndez Dorich, y después había otros surrealistas… Pero de Eguren, por ejemplo, era muy amigo Moro. Y en Amauta, Moro publicó unas fotografías chiquititas que hacía… En la revista Amauta de José Carlos Mariátegui.

¿Fotos de qué? ¿De la ciudad?

Sí. Pero Mariátegui, que yo sepa, nunca escribió nada sobre él. Moro escribía en francés y seguramente ¡eso no le perdonaban los analfabetos peruanos! Se sentían postergados, menospreciados.

¿No estaba relacionado con otros poetas peruanos como Martín Adán, por ejemplo?

La verdad, no sé si tuvo una cercanía con Martín Adán, que sin embargo era muy amigo de Westphalen. Además, Martín Adán era una persona muy difícil…