Encuentro con Lilly Caballero de Cueto a propósito del poeta César Moro

Autora: Gaëlle Hourdin ((Gaëlle Hourdin es doctora en literatura hispanoamericana y especialista de poesía contemporánea. Su tesis doctoral se titula: “L’étincelle et la plume” : une poétique de l’entre-deux dans l’œuvre de César Moro. Trabaja en la Universidad de Toulouse-Le Mirail (Francia), donde da clases de lengua española, traducción y literatura hispanoamericana. Ha participado en coloquios y congresos en Francia, España, Bélgica y México y ha publicado varios artículos sobre la obra poética de César Moro y la poesía hispanoamericana contemporánea.))

(Université de Toulouse-Le Mirail, Toulouse, Francia)

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El poeta y pintor César Moro (Lima, 1903-1956) suele considerarse como el único poeta hispanoamericano verdaderamente surrealista, por ser el único en haber frecuentado y colaborado con el grupo parisino, reunido en torno a André Breton, entre finales de los años veinte y principios de los treinta. A partir de su estancia en París (1925-1933), la poesía llegó a ser su actividad predilecta y su obra poética evolucionó hacia la integración de los preceptos surrealistas y, sobre todo, del francés como lengua principal de escritura (Le Château de grisou, México, 1943; Lettre d’Amour, México, 1944). La mayor excepción a esta elección lingüística será su famoso poemario La tortuga ecuestre, escrito en México donde vivió diez años (1938-1948). Su alejamiento del movimiento a mediados de los años 1940 abrió otra etapa importante, la de un trabajo creciente sobre la materialidad sonora de las palabras y las homofonías (Amour à mort, París, 1957).

Mi trabajo de tesis doctoral sobre la obra poética de César Moro me llevó a ir en busca de personas que lo hubieran frecuentado en Lima. Así fue cómo conocí a la señora Lilly Caballero de Cueto -esposa del Ministro de Educación y cofundador de la Universidad de Lima, Carlos Cueto Fernandini (1913-1968)-, quien dedicó su vida a la educación y a la alfabetización de los niños. Ambos fueron amigos de César Moro después de su vuelta de México en 1948.

La señora Caballero me recibió con mucha amabilidad y generosidad en su casa de Miraflores (Lima), el 23 de junio de 2009, para evocar conmigo sus recuerdos del poeta peruano.

 

En la peña Pancho Fierro

¿Me puede contar en qué circunstancias conoció a César Moro?

Yo soy educadora y trabajaba en 1945 en el jardín de la Infancia Nº 1. Ahí conocí a Celia Bustamante de Arguedas, esposa de José María. Alicia Bustamante, hermana de Celia, había creado la Peña Pancho Fierro. Era un lugar de tertulia donde se reunían a las siete de la noche intelectuales de diferentes disciplinas, simplemente a conversar. Alicia era pintora y pertenecía al grupo de Arte de la Escuela Indigenista, convocado por el pintor José Sabogal en el Perú.

Sabogal vino del extranjero y fue nombrado Director de la Escuela de Bellas Artes y orientó la “Escuela Indigenista”. Se consagraron artistas peruanos como Julia Codesido, Enrique Camino Brent, Teresa Carvallo y muchos más. Ellos despertaron en nosotros el interés por el arte indigenista y afroperuano según los lugares de que provenía el arte popular, de la costa, sierra o selva del Perú. Recorrían todo el país visitando las pequeñas aldeas, tanto de los Andes como del río Amazonas y del Océano Pacífico, pintando y comprando sus productos artesanales de barro, madera, yeso, piedra, así como sus relatos y leyendas.

Alicia creó así la mejor colección de arte popular peruano y los miembros de la “Escuela Indigenista” de esa época han dejado interesantes óleos y acuarelas.

En estas reuniones, a este grupo de amigos de arte, literatura y música alentados por las hermanas Bustamante y José María Arguedas, se les iban integrando también jóvenes intelectuales como el pintor Fernando de Szyszlo, Sebastián Salazar Bondi, los músicos Enrique Iturriaga, Celso Garrida Lecca y otros. Éramos infaltables a las reuniones de la “Peña Pancho Fierro” en que teníamos la oportunidad de participar en maravillosas tertulias. Estaba situada en la Plaza San Agustín, en el centro de Lima. Actualmente ya no existe, y desgraciadamente, en la actualidad, muchas personas la confunden con una peña criolla de música y baile, pero es necesario esclarecer sus funciones, sobretodo la apertura que significó conocer a muchísimas personas interesantes que tenían un nuevo mensaje peruano.

Debe haber sido alrededor del año 1948 cuando el poeta Emilio Adolfo Westphalen trajo a César Moro a la peña. Todos lo conocían y lo recibieron con mucho cariño. Yo ya estaba de novia con Carlos Cueto cuando conocí a César Moro. Carlos me contó que su nombre no era César Moro sino Alfredo Quíspez Asín, hermano de Carlos Quíspez Asín quien también era pintor pero no asistía mucho a nuestras reuniones.

Allí supe que él se fue muy joven a Francia y entró con todo el movimiento surrealista y que fue muy apreciado. Llegó a tanto que hasta escribía en francés y tiene que haberlo hecho muy bien, ¿no?

Carlos mi marido me contaba que después del viaje a Francia, regresó a Lima pero pronto viajó a México. Ahí encontró un ambiente cultural buenísimo y estaba rehaciéndose la cultura contemporánea por muchos españoles de primera categoría que emigraron a México y han tenido mucha importancia en Latinoamérica.

 

Una “viveza criolla”

Moro fue una persona excepcional para mí, era un hombre muy agudo, graciosísimo. Era un genio en crear juegos de palabras, todos lo queríamos muchísimo, pero recién a su muerte yo conocí cuánto había sufrido este hombre, lo dura que había sido su vida y lo incomprendido que había vivido y qué poco pudieron apreciar su refinamiento.

A él le sobraba lo que llamamos “viveza criolla”. Pues junto a este hombre tan erudito y culto había mucha chispa, siempre hacía bromas. Por ejemplo, un día nos comprometió diciendo: “Cuando entre fulano vamos a decirle tal cosa” (algo para burlarse); y cuando entraba esa persona, nadie decía nada, Moro volteaba y nos decía: “¡Traidoras!”, “Infames” y nos matábamos de risa.

No era un hombre pesimista, ni era un hombre negativo o deprimido, eso no, todo lo contrario. Sabes que se iba al mercado de Lima al centro y me compraba esas tarjetas postales antiguas –¿te acuerdas de unas damas de la Belle Époque?–; en ellas nos escribía: “¿No ven? Ya estamos progresando”, así, burlándose siempre de todo. Y nos matábamos de risa porque era especial, ¿no? Y si alguien quería algo, de repente también dibujaba bien bonito: una viñeta así pequeña, en un papelito, algo que necesitábamos… él lo hacía fácilmente… Nunca fue una persona quejosa, no. Eso es lo que admiro más, su fuerza de voluntad, eso te lo van a decir todos. Nadie, nadie hubiera sabido que su vida era dura.

Yo siempre sentí mucha ternura por él, porque me parecía un niño indefenso, se quejaba mucho de dolores a la espalda. Y como venía los días martes a almorzar a nuestro departamento con nosotros y otros amigos, conseguí llevarle una masajista, terapista alemana para que lo aliviara. Los días martes, nunca olvidaré, venían César, André Coyné ((André Coyné fue un amigo íntimo de Moro en los últimos años de su vida y es, en la actualidad, su albacea literario.)), Enrique Solari, José María Arguedas y cuando nosotros nos fuimos de viaje, Lote Pfening me contaba que él la llamaba a su casa para aliviarle los dolores a la espalda. Lo cuidábamos con ilusión porque era muy bueno y sensible.

 

Los amigos

Su amigo más íntimo era Emilio Adolfo Westphalen, casado con Judith Ortiz, hermana de Pepe Ortiz, quien se casó con Margot, una amiga francesa. Margot lo adoraba a Moro, se sentía como una hermana y lo acompañaba continuamente.

Su amistad con Westphalen era un caso único: era íntimo con él y era su antítesis. Westphalen era introvertido y más bien sombrío, negativo. Moro, sí se burlaba de él: “Emilio, como eres tan hablador, Emilio, ¡cállate, deja ya de hablar!”. Nos hacía reír y Emilio no había abierto la boca. Pero Emilio no se molestaba. “Emilio es tan entusiasta, hemos ido a la manifestación, mira cómo ha gritado, ¡toda la noche ha gritado!”. Luego se burlaba de las cosas políticas… ¡no sabes cómo! Me mataba de risa.

Ricardo Tenaud era un amigo peruano francés que vivió mucho tiempo y se educó en Europa y el idioma lo unió mucho con César en Lima. Además, Ricardo se casó con Renée Insúa ((Algunos días después de esta entrevista, la señora Renée Insúa también me recibió en su casa pero sus recuerdos eran demasiado borrosos para dar lugar a una transcripción.)), amiga de juventud de todos los de la Peña.

Cuando se juntaban Margot, Ricardo Tenaud, César, allí se sentaban y hablaban en francés, tenían mucho en común. César, siendo el más frágil, tenía sin embargo espíritu alegre y capacidad de vida muy positiva.

Le encantaba ir con todos los amigos a los restaurantes chinos que aquí le decimos chifas, nos íbamos caminando hasta el Barrio Chino. Y él decía que era chinísimo y para demostrarlo pintaba con soya el mantel de la mesa.

¿Moro hablaba de su poesía con sus amigos?

Nunca me acuerdo de haberse referido a ello. Ni que le gustaba mucho que le hablaran de ello. Es decir: “ya debes tener algo avanzado, ¿por qué no lo juntamos?”, eso sí le decían. Porque todos publicaban, aunque fuera un folletito así. Malo, bueno, regular, pero todos publicaban: Sebastián Salazar Bondy, José María Arguedas, Carlos Cueto Fernandini… Poquísimo, unos tirajes de doscientos, cien, a veces.

Pero Moro no publicó casi nada, ¿no?

No, él escribía, escribía… Creo que publicó en Francia y en México. ((César Moro solamente publicó en vida: Le Château de grisou (México, Tigrondine, 1943), Lettre d’Amour (México, Dyn, 1944) y Trafalgar Square (Lima, Tigrondine, 1954).)) Pero hemos conocido su poesía después de su muerte.

¿Se sabía algo de su vida amorosa?

Nada. Y nadie se preocupaba. Había mucho respeto. Nadie lo trataba mal, excepto sus estudiantes.

Pero se defendía; tenía mucho más fuerza de la que imaginábamos. La tenía en la palabra, en la forma y en la política, no sabes, ya ni me acuerdo pero era así de asombrarse. Él sí se sentía muy aprobado por el grupo, eso también le haría sentirse bien, ¿no?

 

El hogar

¿Iban a casa de Moro a veces?

Íbamos a la casa de su mamá. Su mamá nos invitaba, la señora salía mucho; vivía en una casa muy tradicional, antigua. Parecía la señora así muy tímida, muy mayor. Y Carlos, su hermano, también; era también introvertido.

¿En qué barrio se situaba aquella casa?

Mira, es bien fácil: la Avenida Nicolás de Piérola, en el Centro de Lima, en la plaza Dos de mayo; allí han copiado l’Étoile, los edificios alrededor de la estrella.

¿Usted sabe cuándo se mudó Moro a la casa de la Bajada de los Baños?

Sí, me puedo acordar porque todavía yo no me había ido a Europa; yo me he ido el año 58… Puede haber sido por el 55, 54…

O sea que vivió muy poco tiempo allí, ya que murió en 1956.

Muy poco tiempo.

¿Usted sabe qué tipo de relaciones tenía con sus otros hermanos? Porque parece que con Carlos, estaba más o menos próximo, ¿no?

Nunca habló de ellos. De Carlos sí, porque en el grupo la mayoría eran artistas y lo conocían. Alicia y Celia traían a los artistas campesinos y hacían vernissages, la Peña se convertía en un centro, en un museo de Arte Popular. José María Arguedas traía a los músicos andinos para que aprendiéramos el talento de la cultura de los pueblos indígenas. Fue una época inolvidable que nos permitió conocer mejor al Perú.

 

El final

De un momento a otro nos enteramos que él estaba en la clínica y que inclusive lo habían cambiado de hospital. Yo siempre iba a verlo, nadie sabía qué enfermedad tenía.

Un día Margot se me acercó muy preocupada y me dijo: “Lilly, cuando salga César, haz lo posible para que no vuelva a enseñar en las escuelas militares Leoncio Prado y Escuela Militar de Chorrillos”– donde él enseñaba francés. Yo estaba muy sorprendida porque nunca lo había escuchado quejarse. En ese entonces Carlos, mi marido, trabajaba en el área de educación y me comprometí a ayudarlo pero ya era muy tarde porque murió a los pocos días.

Recuerdo muy bien cómo me enteré de la noticia. André Coyné me llamaba todas las mañanas para informarme del estado de César y una de esas mañanas, a mi pregunta: “¿Cómo sigue?”, él me respondió: “¡él ya no sigue!”. La verdad, nunca supimos de qué murió ni nos imaginamos que estaba tan grave. Y como lo seguimos extrañando…

Pasaron los años, un día leí en una revista del Colegio Leoncio Prado un artículo de Mario Vargas Llosa ((El artículo de Mario Vargas Llosa titulado “Nota sobre César Moro” fue publicado en la revista Literatura (Lima, n° 1, febrero de 1958, p. 5-6). El autor cuenta allí los recuerdos que tiene del poeta que fue su profesor de francés en el Colegio Militar Leoncio Prado.)) en el que contaba de su profesor de francés y su sentimiento de culpa por no haberlo ayudado a soportar la crueldad de los alumnos de la escuela militar Leoncio Prado donde fue alumno de César del curso de francés. Sólo he comprendido su sufrimiento, ocasionado por la crueldad de sus alumnos jóvenes insensibles, con el testimonio de Vargas Llosa. César debió sentirse obligado a aceptar esos trabajos por necesidad económica.

Carlos lo quería tanto y todos lo admirábamos, realmente. Hubiera sido una maravilla haberle dado un ambiente más apropiado porque él sacaba fuerzas y se defendía, y nunca se quejaba…