Entrevista a Gabo Ferro

Autor: Joaquín Correa ((Joaquín Correa nació en Mar del Plata, Argentina, en 1987. Es estudiante avanzado de la carrera de Profesor en Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Trabaja en el grupo de investigación “Literatura, política y cambio” que dirige el Mag. Edgardo H. Berg. Ha publicado artículos y reseñas en distintas revistas. Su primer libro de poemas, Fotografía estenopeica, fue ganador del Premio Municipal Osvaldo Soriano y se encuentra en prensa. ))

(Mar del Plata, Argentina)

E-mail: [email protected]

 
 
 
 
 

i.

Habíamos concertado con Gabo Ferro (Mataderos, Argentina; músico e historiador) de encontrarnos a las 19. Un ratito antes, un ratito después. Se nos estaba haciendo tarde con mis amigos, pero pudimos tomar un taxi, siendo cinco. Atravesamos La Plata la tarde del domingo y llegamos. Justo. Cuando entro al Centro Cultural me encuentro a Celia que me dice que sí, que pase, que Gabo está probando sonido. Justo acababa de terminar. Se acercó, nos abrazamos. Nos pusimos a charlar ahí, como ansiosos de decirlo todo. Pasamos al fondo del lugar, una biblioteca popular repleta de libros, revistas e instrumentos musicales. En el escritorio grande y amplio de la bibliotecaria hablamos un largo rato, de chismes, proyectos y del estado general de las cosas. Hasta que nos metimos con las preguntas, y comenzamos este diálogo.

 
ii.

De modo paradójico, tal vez, le pregunto primero por el silencio, que parece funcionar como motivo, motor y núcleo de su trabajo. Menciono Four Walls y Cage, la grabación en vivo de su cuarto disco (Amar, temer, partir), su concepción de la historia y la premisa de [Walter] Benjamin de “pasar el cepillo a contrapelo”, y de ahí la relación entre la historia, la microhistoria y la canción. Toda una ideología del decir y la voz. Muchas cosas para una sola pregunta, que Gabo, sin embargo, se encarga de reunir.
– Notaba que estaba sucediendo algo en los vivos. En un momento pasó algo. Dejo -creo que fue en el año 2007- un espacio que era muy tenso y a los seis, siete segundos alguien grita: “¡Cantaaaa!” Más allá de reírse, en la gente generó más angustia y yo dejé más la tensión hasta que tiro la primer nota y cuando se cierra el tema, yo no sólo quedé como si hubiera cabalgado sino que la gente estalló. Después esta persona vino a disculparse, diciendo que el grito le había salido de algún sitio de sí. Pero que él era un tipo, me decía, padre de familia, que nunca en la vida le había gritado a nadie, pero que no pudo soportar más el silencio. Eso a mí me puso a explorar de manera consciente algo que yo venía trabajando de forma inconsciente: que había silencios dramáticos que a mí me gustaba dejarlos porque me parecía que le aportaban un plus a la interpretación y a la canción misma. Y después, al pensar esto, me daba cuenta que el silencio es el fantasma de los sonidos. Y que si bien una historia que yo pueda estar contando remite a una cosa puntual y que todo sabemos que puede haber en la historia un bajo profundo que remite a tu propia historia personal, en el silencio está tu propia historia, con tu nombre, tu apellido, los personajes tuyos, tu propia cara, tu propia vida, todo lo que te pasó y lo que pensás que te va a pasar y lo que te está pasando. Y a veces eso es insoportable. Cuando yo vengo tocando y dejo un espacio en tensión y ahí queda el silencio, en la gente -creo que si está afinada y estamos jugando- empieza a calentarse ahí la sopa de la vida misma. Y eso yo no me lo quiero perder. De hecho para Boca arriba fue lo que quise explotar aún más hasta que, claro, me decían “pero en el silencio se pierde la canción”. Es lógico: porque yo puedo saber cuando me están escuchando, en el hecho incidental de un vivo, qué es lo que está pasando. Pero vos podés estar escuchando mientras estás tomando unos mates, mientras estás caminando, en un walkman o lo que sea, y ahí uno tiene que pensar que el disco es un registro que tiene que ser bastante neutro porque no podés saber el escenario sobre el cual estás siendo escuchado.
Es asombroso cómo hasta en la conversación dispone las pausas, los tonos, el ritmo. Cambia su voz, acentúa las frases. Y en ese devenir, su pensamiento fluye con pasión.
– Esa cosa de tomar una especie de biopsia y que ahí esté toda la historia en cada detalle me apasiona: poder ver que en este papelito, acá, está contenida toda la historia del mundo. Y eso es lo que pretendo -menuda ambición-. En cada canción yo quiero que esté toda la historia y por eso hablo de historias chiquititas, de alguien que quiere hacer tal cosa, de alguien que ve en alguien algo, un instante.

 
iii.

Una parte de la entrevista podría agruparse bajo el subtítulo de “El monstruo”, de los alcances de sus festines. Y Gabo, atento, ve la trama desde lo menor, valorando lo propio sin pecar de ingenuidad, pasividad o nostalgia.
– Hay algunas bestias que sí, que estamos tratando de peinar a contrapelo, como el hecho de la producción general de la industria cultural del disco. Es más: nada más ver qué se edita, quién lo edita y cómo se edita y cuándo se edita. Y nosotros estamos teniendo una producción muy fluida y buena. (No estoy hablando de mí sino de artistas con los cuales yo me siento afín, no solo de la música sino de otras ramas del arte). Estamos, de alguna manera, a la bestia de la industria tratando de peinarla a contrapelo. Y se caen cosas en eso. Lo decimos en voz baja, y quién quiere escuchar y que escucha con atención, nos escucha. Pero en general no somos escuchados porque tenemos también cosas como la crítica mainstream que es pobre, pobrísima. Y ese es el problema: cuando la bestia tiene tanta voz y, en este caso, es terrible. Pero a mí no me deprime hablar bajito, me deprimiría no poder decir, no poder hablar. Yo puedo hablar. Podemos hacer y podemos vivir de esto, no podemos vivir super holgadamente, pero podemos vivir de esto. Y eso es exitoso. Empieza a haber un run-run. Lo que pasa es eso: nuestra voz es bajita y a veces no se escucha, pero existe, nuestro discurso está.

 
iv.

Gabo Ferro es un artista completo: no se desentiende de ningún aspecto a lo largo de todo el proceso de producción y distribución de su música, de su discurso. Atiende cada detalle porque, como dirá, percibe allí una (su) gran responsabilidad.
– Está en relación con el valor que tiene para mí mis canciones y cómo llega mi obra a quien consigue ese disco o a quien lo copia o a quien se lo baja. Es decir, hasta dónde yo lo pueda controlar, pero no por una situación de control enfermo sino simplemente por una cuestión de que yo quiero que llegue bien, quiero que llegue barato, a buen precio. Quiero que llegue entero, quiero que llegue sin distorsiones, que esté súper bien fabricado, que sea súper profesional todo. No me pienso no haciéndolo igualmente. Porque soy completamente responsable de eso. Por eso hay ciertas cosas que no. A ver: ¿y por qué no debería estarlo? Hay como una cuestión de desligar responsabilidades. El paroxismo lo ves en Cromañón, donde los músicos dejan que el manager vaya preso como si la responsabilidad no fuera competencia de ellos también. A mí eso me pone tristísimo.
Esa responsabilidad que asume respecto de su expresión lo lleva a pensar en el público, dónde y cómo tocar y bajo qué condiciones, para arribar, ya con todos los elementos que hacen al músico (ideas, obras y publico) a su definición.
– De esto que soy no me pienso siendo otra cosa. Yo empecé a imaginarme la felicidad cuando pude darme cuenta de que era todo esto y no que al principio “sí, es poco serio que alguien que esté haciendo una carrera en Historia esté cantando canciones”. Después empecé a darme cuenta que en realidad era poco serio si realmente estuviera teniendo proyectos musicales, algunos proyectos musicales, que realmente me dan vergüenza. Pero a mí no me dan vergüenza mis canciones. Muy por el contrario: siento que se potencian con mi discurso histórico y siento que se aman. ¿Entonces por qué debería avergonzarme? Y justamente por un prejuicio, que por suerte se evaporó: “cómo puede ser que esté saliendo de dar clases en la Facultad y vaya corriendo a probar sonido para tocar”. Y ahí me di cuenta: hubo un gesto en eso y era que yo no me cambiaba de ropa, entonces ahí dije: “soy yo mismo”. No es que iba a salir de la facultad y me despeinaba, me sacaba la corbata, me sacaba el saquito y me ponía jean rotos. No. Y realmente me estaba dando cuenta de que era yo y ahí justamente: es una de las cuestiones de mi trabajo: asumir tu propia identidad. La belleza de la subjetividad, el milagro de la subjetividad. Es tan difícil y es tan bello ver cuando alguien asume su propia diferencia porque en esa diferencia hay belleza, porque en esa diferencia estás solo vos. Y el resto. Entonces, si yo hubiera dicho: “no, me dedico sólo a la carrera de Historia porque es poco serio”, ya está: estoy metido bajo un paraguas completamente asimilado a la Academia, o adonde me hubieran dejado trabajar o donde hubiera podido. Y lo mismo si me hubiera dedicado sólo a hacer canciones: estaría resintiendo una parte que también me colma y que me da mucha alegría.

 

v.

El tiempo se nos pasó rápido y Gabo en poco más debería estar sobre el escenario y yo buscando a mis amigos. Le pregunto sobre el disco, cómo lo concibe. Cada disco suyo es un todo cerrado, con ciertos tópicos y universos, pero que se sitúan en diálogo directo con el resto, evitando así la fosilización de su poética.
Yo creo que hay un sustrato común en los cinco. Con Amar… fue la historia personal atravesada, la urgencia. No está esa cosa burguesa del artista que puede llegar a fantasear sobre su propia obra en trabajar tal o cual cosa. Ahí la propia historia personal sacudió y como un remolino se llevó todo puesto. Es decir, no tenía tiempo para pensar que… Y ni quería, ni podía. “¿A ver? ¿Sobre qué voy a…? ¿Qué estética le voy a dar?” Era la urgencia de: “mirá lo que me pasó” y ¡pa!, y cantártelo todo una cosa tras otra. No buscar belleza, muy por el contrario. Y era eso de lo sublime que lo había trabajado ya un poco en el disco anterior, en Mañana… El residuo de lo sublime fue a dar a Amar, temer, partir. Esa cosa de: “si hay belleza en esto, no pretende ser bello. Pretende ser horrible”. O al menos contar el horror. Y probablemente haya belleza en contarlo. Con Boca arriba fue justamente el ingreso a todo este sustrato de las políticas, que yo creo que hay que atender desde la militancia inclusive, de la memoria. Y eso es lo que me gusta: es como un científico loco que sabe los elementos y descubre un nuevo elemento y sabe que ese elemento con esto reacciona de tal manera y así: “¿y este elemento cómo reaccionará con esto?” Y ahí yo quise ver cómo el elemento memoria funcionaba con raza, clase, género, identidades múltiples, etc.

 
vi.

El productor del recital ha venido ya varias veces, señal del fin de la entrevista. Le pregunto, entonces, por los proyectos para los siguientes meses. Menciona la presentación de su nuevo libro en la Feria del Libro en Buenos Aires: Degenerados, anormales y delincuentes. Gestos entre ciencia, política y representación del caso argentino, “un título largo, qué raro”, agrega. Luego las fechas por venir en Buenos Aires y Montevideo, el itinerario de su gira europea, la edición de su siguiente disco junto con Pablo Ramos y un proyecto con Haydée Schvartz de trabajar las canciones de John Cage. Apago el grabador y ya más distendidos, compartimos toda la comida que ha ido trayendo progresivamente el productor, mientras Gabo se prepara con su miel para desplegar toda su voz sobre el domingo platense.