La Anunciación de María Negroni. Prismas de la enunciación

Maria Negroni’s La Anunciación. Prisms of enunciation


Autora: Mónica Ríos ((Mónica Ríos ha publicado la novela Segundos (Sangría editora, 2010) y el ensayo La escritura del presente (UDP, 2008). Ha escrito cuentos publicados en Lenguas (JC Sáez Editor, 2006) ) y en revistas de Hispanoamérica, además de una obra de teatro. Escribe regularmente notas de crítica literaria para Sobrelibros y es coautora del ensayo El cine de mujeres en postdictadura, aún inédito. En 2010 codirigió, junto a Simone Pavin, La burbuja, largometraje con guión de su autoría. Es fundadora y editora, junto a Carlos Labbé, de Sangría editora. Actualmente realiza un doctorado en literatura en Rutgers, Nueva Jersey.))

(Rutgers University, New Jersey, Estados Unidos)

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RESUMEN
En esta nota de lectura repaso la segunda novela de María Negroni titulada La Anunciación, leyendo los modos en que la autora reflexiona sobre la historia próxima de Argentina, a principios de los años setenta. El resultado es una propuesta sobre la memoria, entendida como una maquinaria de juegos lingüísticos que refractan la realidad y permiten reproducir los hechos del pasado a través de una serie de situaciones ficticias que permiten evadir la melancolía producida por la ausencia de los muertos y ciertas ideas de la sociedad no realizadas. La narradora ensaya diferentes versiones sobre ese pasado intercalado por el arte, la literatura, el habla, lo culto y lo popular, reflexionando sobre las condiciones del lenguaje como máquina imperfecta y fructífera para realizar el fantasma de lo ausente.
Palabras claves: María Negroni, La Anunciación, novela.
ABSTRACT
In this essay, I review La Anunciación, María Negroni’s second novel, considering the ways the author reflects on Argentina’s recent history, in the early seventies. The result is a proposal on memory like a machinery of linguistic games that refract reality and allow to reproduce past events through a series of fictitious situations, which enables to avoid the melancholy produced by the absence of the dead and certain unfulfilled ideas of society. The narrator tries out different versions of that past interspersed by art, literature, speech, and popular culture. This brings forth a reflection upon the conditions of language as an imperfect but productive machine to perform the ghost of the absent.
Keywords: María Negroni, La Anunciación, Novel.



Hay una exigencia que no sé de dónde viene, quién la formula ni a quién está dirigida, pero que ronda cierta como la montaña que va a Mahoma. Reza estrictamente que entre el proceso que separa la apertura de la primera página de un libro y el del que cierra en la última, se debieran responder las preguntas que la misma novela formuló. La emoción que sugieren aquellas novelas es muy seductora, pues mientras leemos las últimas líneas de un libro como este, pareciera que cada cosa encaja en su lugar, que todo tiene un límite, que cada cosa avanza a su ritmo, que existe un antes y un después, que hay esperanza, cambio posible y ciertas fuerzas que ejercer sobre nuestra realidad; bajo una lógica como ésta, la acción y los héroes existen, son posibles. Una novela así produce un efecto de realidad alarmante, sus procedimientos narrativos logran hacer de la ficción una realidad, traduciendo la experiencia y el tiempo en un idioma inteligible para la historia. Bajo esas perspectivas, las preguntas se transforman en meros efectos de la narración; pues el ojo está puesto –siempre lo estuvo, desde la primera página– en las certezas. La sensación apaciguadora de que el puzzle está armado, sin embargo, desaparece en el momento justo en que cerramos el libro y volvemos a pasear por la cotidianidad; allí cada instante se ve interrumpido por asociaciones intempestivas con el pasado, recuerdos que apenas parecen nuestros, frases inconclusas, fragmentos de nuestro campo visual que alcanzamos a anotar, que se superponen a estados mentales, físicos y espirituales. Pareciera ser que las preguntas alcanzan a responderse a medias, justo en el momento en que parecen surgir otras. El puzzle nunca se concluye, y esa afirmación es fundamental en la novela de María Negroni que me ocupa ahora, titulada La Anunciación.

La alusión a la historia no es casual, pues en esta novela ocupa un espacio fundamental, y tal vez sea más propio decir que es el negativo de la historia la que se ubica en su centro. La operación consiste en despedazarla: la historia se mira a través de un individuo –una individua, en este caso– compuesto de una viscosidad diferente a los hechos y momentos; esta vez son una serie de filtros analíticos que refractan y descomponen las vivencias en una serie de colores: la literatura, lo pop, el habla cotidiana, la experiencia de la ciudad, una serie de lenguas, discursos y discursillos, música, sonoridades, imágenes que se alojan cómodamente en el arte poético que maneja su autora. No es menor comentar que Negroni es académica y que antes de publicar novelas hizo lo suyo con varios volúmenes de poesía y ensayos.


«La realidad es un ansia infinita» ((Todas los subtítulos de esta nota de lectura son frases escogidas de la novela, de la edición de Seix-Barral de 2006.))

Tampoco es menor comentar que alguno de sus ensayos se proponen trabajar con la literatura gótica –lugar donde conviven seres de otro mundo y la tristeza que emana del vacío de una existencia compleja–, pues el proceso que sirve de base para el movimiento narrativo de La Anunciación es la conversación que la narradora sostiene con un muerto, con varios ausentes, la verdad, pero hay uno que sobresale. La identidad de aquel interlocutor es difícil de acaparar. A lo largo de la novela lo conocemos sólo a través de un sobrenombre, en clara alusión a su alias de joven subversivo, pero más claramente por la imposibilidad de otorgarle una esencia a través del nombre. El amante de juventud de la narradora se convierte, pues, en el interlocutor o pregunta favorita: ¿quién es o fue Humboldt? ¿Un hombre, un nombre, una réplica, un no nombre, un no hombre, un Nadie, una Voluntad? La narradora habla con los muertos, dejemos eso establecido. Pero no replica los asuntos de la literatura de vampiros, autómatas y otros seres fantásticos: la experiencia de su protagonista recae en las sobras del ser, en lo fantasmático y el trauma repentino que produce, según el sicoanálisis, una búsqueda obsesiva para recrear lo que ya no está, o que ha desaparecido, lo que nos ha abandonado. La Anunciación intenta reconstruir al ausente a través de la palabra, y como todo acto que intenta reconstruir lo que no está, especialmente a través de una herramienta tan parcial e imperfecta como el lenguaje, será fallido. El resultado de aquel experimento es la constatación de la distancia irreparable, y su sentimiento, la melancolía.

Así como el nombre y las identidades resultan imposibles de ser marcadas más allá de las coordenadas de la misma novela, tampoco es posible ubicar correctamente el lugar desde donde habla la narradora. Se supone que aquella mujer, cuyos recuerdos son los de una joven estudiante que participaba en una célula revolucionaria, habla, tal vez justo después de abandonar Argentina, tal vez muchos años después, desde Roma. Más allá de las vespas que recorren las calles, y alguna que otra plaza de nombre reconocible, Roma no es un espacio, más bien configura un lugar cargado de otros sentidos. Roma se desdobla en una serie de Romas: Roma es el lugar del Renacimiento, el lugar donde se originó el pensamiento moderno, el pensamiento urbano, de la acumulación, de un cierto conocimiento enciclopédico que alcanzó sus máximas ambiciones antropocéntricas durante el siglo XX, del cual la llegada de los militares al poder en Argentina el año 1976 es uno de sus coletazos. Roma es, en La Anunciación, una ciudad; es, de hecho, la ciudad que debe reunir la mayor cantidad de representaciones de Anunciaciones a la Virgen, siguiendo la imaginería católica. Sin embargo, Roma es también la ciudad que representa las ruinas de Occidente. Allí se coleccionan vestigios de ese pasado. La aparición de Athanasius, que se presenta como el creador del primer museo, el que quería duplicar al mundo en un solo lugar, apunta a esa genealogía. Roma es el lugar donde los vestigios del pasado se acumulan junto a lo moderno, perdiendo así la alusión a su contexto de creación original. La ciudad como una colección de vestigios es, me parece, una clara alusión al concepto de alegoría de Walter Benjamin. Y la misma melancolía que cruza los escritos de Benjamin es la que vemos reflejada en la novela de Negroni: «En Roma . . . se ven con más claridad esos teatros de marionetas que son los grandes sueños humanos» (Negroni 125) ((Esta cita me recuerda a los aforismo o notas que conforman Parque Central, del alemán. Ver Benjamin, Walter. Parque Central. Trad. Ronald Kay. Santiago: Metales Pesados, 2006.)). El tiempo ha dejado sus vestigios, tenemos la prueba de que no llevan hacia ningún lado.

Y son esas ruinas las que reverberan en la voz de la autora, que viene a constituir toda una reflexión sobre la memoria: es donde se cruza la aromática masita de Proust, la teoría del shock suya que recupera Benjamin, pero también el laberinto borgeano y el creacionismo tal como lo propuso Vicente Huidobro. La memoria en Negroni se configura como un proceso en el cual la única manera de acceder a la experiencia del pasado es su desintegración. De paso, el proceso desintegra también al individuo que la recrea. En este caso, la narradora, como mujer, escritora, ex revolucionaria, persona banal a la vez que amante de las virtudes del arte y estudiosa, utiliza sus conocimientos de la escritura literaria para enunciar el pasado en cuantas formas se le ocurran –la ironía, la comedia, la melancolía. El efecto es que una vivencia no tiene un contraste definido con las versiones que nos contemos sobre ella: «Entonces me veo a mí misma, Humboldt. Me veo como en una secuencia de fotogramas, de tal modo acoplados, que parece una calesita mágica donde la vida aparece como lo que es, un mecanismo ilusorio que sigue sus propias reglas y trajo lo que tuvo que traer, tantas cosas, tanto ir y venir y volver a empezar inventándolo todo cada vez, el nombre, la biografía, los sueños» (23). En ese lugar donde la historia se transforma en ficción pura y la ficción en la historia posible, el lenguaje es, como en los poemas de Huidobro, lo único que existe; los alcances de la realidad se limitan a las posibilidades que el mismo lenguaje entrega para construirlo.

Sin embargo, la literatura, como el museo, en el momento en que enuncia una de las versiones del pasado lo alejan de su origen, transformándolo en naturalezas muertas que posiblemente sacaron sus materias de otras salas del mismo museo. Dicho de otra manera, las versiones que se explicitan están hechas con un material que no le pertenece a nadie en particular, sino que existían fuera del tiempo, simultáneamente en el pasado, el presente e, incluso, en el futuro. En cierta manera, la tesis sobre la memoria de La Anunciación vuelve sobre la idea de que la única manera de acceder al pasado es cuando ya no nos pertenece, sólo para enroscarlo en una vuelta más y lanzarlo al museo (o biblioteca) como una nueva matriz atemporal.


«Mañana nunca existió»

«Mañana nunca existió», nos dice la narradora, «como no existieron listas de pájaros asustados en el museo de Atahasius» (26). En ese universo borgiano, donde no podemos ubicarnos en ningún presente certero, surge un cierto arte poético. Emma, pintora y amiga de la narradora, como un contrapunto al grupo que discute sobre la manera de hacer avanzar la historia, se pregunta por el arte y su función: «En cierto modo no le interesaba pintar. Lo que hacía era copiar, sin parar, todos los cuadros de La Anunciación que caían en sus manos. Lo copiaba con furia, con hambre, como si el hecho de no tener que encontrar una forma para sus obsesiones la llevara directo al centro de lo inaudible: su ilusión era pintar un cuadro que, enteramente, no le perteneciera» (24) o, como dice más tarde: «Mi ideal, pensó Emma, sería pintar un cuadro, una Anunciación que no estuviera dentro de la realidad, sino dentro de la realidad de otra Anunciación» (54). Como una mística, Emma, cuyo nombre bien podría referir al personaje creado por Borges, Emma Zunz, es un túnel que conecta la historia material con aquella sala que Athanasius ha reservado para la narradora y sus amigos, y que lleva el mismo nombre que la novela. ¿No es este mismo libro, acaso, la pieza del museo de Athanasius o el volumen de la biblioteca borgiana que se construye dentro de otra Anunciación? Transformada en una pieza de colección, ¿no anuncia el fracaso de la historia? ¿No anuncia esta novela el fracaso del proyecto socialista y la muerte de tantos dentro de otra Anunciación, la novela misma?

Humboldt no es el único ausente. La novela de Negroni está plagada de evocaciones a los muertos, algunos dialogan en Roma con la narradora o aparecen en la década del setenta en Argentina. La autora ensaya poner sobre el papel aquellos tiempos recordando la forma cotidiana con que se hablaba de los sueños políticos de la izquierda, a través de una serie de modelos que emulan el habla juvenil, el habla comprometida. Una de esas formas que la autora ensaya, una especie de comedia o ironía sobre aquellas conversaciones, surge a propósito de la misma posibilidad de enunciar aquella comedia. Como una especie de génesis, donde al principio no hay nada más que vacío, hace aparecer al ansia, a la palabra casa y a lo desconocido. Va conformando un grupo que aprende la jerga revolucionaria. De a poco se van sumando integrantes: el alma, Nadie, la Voluntad o la Avispa. Cada uno de los personajes actúa más o menos consecuentemente con las palabras que nombran algo así como sus esencias o roles, no sin antes preguntarse sobre la naturaleza misma de la palabra que las nombra. La jerga revolucionaria se consolida, los integrantes discuten algunas cosas que, acumuladas, se nos hacen incomprensibles, pero que funcionan como efecto de discurso. Entendemos cómo abandonan la nada donde aparecieron por el mero hecho de tener un nombre, a través de ese discurso que les da existencia, que los convierte en algo concreto. Dejan de preguntarse por su naturaleza conceptual porque ya están en el mundo, existiendo según el guión del socialismo. A través de las páginas, a través de los capítulos, se instala progresivamente el discurso de la violencia. Uno a uno los diálogos de esta comedia se tornan cada vez menos cómicos, hasta que la Muerte llega también a compartir su cotidianidad.

Lo interesante es que por muy alejadas que parezcan las ideas de Emma y las de la célula revolucionaria, en la novela tienden a igualarse: mientras Emma pinta un cuadro que no le pertenece, las palabras, convencidas de que ellas mismas son un medio para otro fin, se muestran enteramente un discurso que no se pertenecen a sí mismas. Cuando se acerca 1976, es Emma transportada en su estado cuasi místico quien ve La Anunciación:

Esa madrugada Emma supo algo que usted todavía ignora. Lo supo de un modo escurridizo y fugaz, tal vez, pero lo supo. Y todo le vino gracias la Anunciación que, desde su perspectiva, había arruinado. Digamos que pensó que en las palabras escritas sobre la tela –en la mancha que ellas instauraban– estaba la Muerte y que la Muerte, a su modo, también portaba un mensaje. Llegaba, trayendo en la mano, en lugar de un lirio, la inagotable carga de violencia, miseria y confusión que corresponde a cada criatura en el exilio del mundo. Y eso no es malo, pensó Emma, no necesariamente malo, porque el terror y la pena no son sino el reverso de la compasión y la entrega, y se requieren para apreciar la belleza (la sabiduría) de lo efímero. No sabía de dónde le había llegado a esta certeza que la exaltaba en una mezcla de dolor espantoso y de júbilo. Y, sin embargo, no pudo sostenerse en esa gracia. No supo tolerar su claridad. (156)

Hacia la mitad del libro los personajes comienzan a darse cuenta de cómo la violencia se instala en las calles y que su enemigo no es la fuerza policial, sino los militares e, incluso, el Pentágono. ¿No es acaso el fracaso de ese espíritu lo que Athanasius tan solemnemente reúne en su Anunciación? ¿No es acaso lo que ha cesado de existir el verdadero sentido de poner algo en un museo? Como todos los guiones de las épocas totalitarias, siempre es la muerte lo que se anuncia.

La Anunciación, como sabemos, es esa serie de cuadros donde un Ángel anuncia a un humano los designios divinos; es decir, anuncia lo que está trazado en el destino humano incontrolable. La obsesión con sus muertos de la narradora va más allá de un sentimiento de nostalgia. No, es la culpa la que la sostiene en un estado de semivida; la culpa de haber sobrevivido, la culpa de haber seguido al pie de la letra los designios anunciados. Y me parece aquí que este aserto sobre una condición se relaciona directamente con la memoria y la melancolía con el que el libro cierra. Como la simultaneidad de los hechos, se revela sólo en el paso del tiempo.


«Toda presencia es, en el fondo, una fantasía de la ausencia»

La tensión originaria de este pensamiento se contiene en aquello de lo que hablé al principio, en la imperfección de la vida y que cierto arte pretende restablecer como una mirada que disuelva al sujeto en una consciencia única más allá de sí mismo, tal como le pasaba a Emma con el azul que había visto y emulaba en sus propias pinturas de la Anunciación:

La incité muchas veces a mirar con más detenimientos, a deshacerse de la perfección. Sabía que sólo de ese modo se abrirían en su mente y a su corazón otras posibilidades, cambios de perspectiva, fobias, oscilaciones, rupturas, proliferación y energía. Para decirlo rápido, descubriría, en la imposibilidad del orden, la alegría conflagratoria de la libertad que la prepararía para su propia muerte… Día y noche, yo soñaba con el cuadro que Emma produciría, una vez que comprendiera que toda presencia es, en el fondo, una fantasía de la ausencia. Veía ese cuadro en todo su esplendor turbado, en su belleza un poco lúgubre. En él, los gestos se agrandaban, las curvas se volvían sucias, desequilibradas, como en esa trama abierta repetitiva, entre la redundancia y la entropía, que es todo espacio de viaje, me refiero a la vida. Ese cuadro se llamaría Anunciación Nocturna y figuraría en mi Museo. Sería una victoria escasa (pero victoria al fin) sobre lo incomprensible. Porque la Muerte se vería allí representada en la ausencia de representación, y eso abriría las puertas a una suerte de reconciliación ciega entre el desamparo y eso que es sin ser. (126)

Negroni juega con lo que puede realizar la lengua literaria con ciertos elementos, los ritos desde los cuales el lector puede entrar en la imaginación literaria: palabras, laberintos donde encuentra el molde de la propia vida o, mejor, múltiples moldes donde podemos adaptar la misma vivencia. Se pierde así la posibilidad de existir como un sujeto, individuo, un uno mismo de límites fijos, y da lo mismo que el personaje que lo vive se llame María, Emma, ansia o Mónica. Las enunciaciones que ensaya Negroni, entonces, son eso, pruebas de la existencia de distintos sujetos dentro de uno solo, de las diversas posibilidades que serían otras si sólo lo anunciado hubiera sido diferente o, lo mismo, si las vidas vividas hubieran sido cortadas con otros moldes. Cada capítulo de esta novela presenta uno de estos múltiples ensayos. Por lo menos tres de ellos imaginan historias opuestas para los amantes –la narradora y Humboldt. «En la soledad, el placer toma un sabor confuso, voy y vengo de mí a mí, sin más coartada que vos (o mi memoria de vos), y un repertorio de escenas que yo misma inventé. Verdadero enriquecimiento ilícito ese archivo, hecho de retazos falsos que se combinan sin pausa, sin tu consentimiento» (157). Cualquier cosa hubiera sido preferible a la muerte.

Por otra parte, la narradora comparte algunas conversaciones con otros personajes: su Vida Privada es una de ellas, que la incita a abandonar su obsesión por la fantasmagoría y que se ponga a escribir. La banalidad de la Vida Privada es, como el ansia o la Voluntad, también imagen de sí misma y desdoblamiento del sujeto, que está íntimamente constituida por la visita de un fantasma que ella misma convoca.


«Que enteramente no me pertenezca»

La novela de Negroni le exige al lenguaje su propia capacidad de expresar, y luego la descarta por inútil e incompleta. De la misma manera, le exige al sujeto su propia capacidad de ser, pero también la descarta por inadecuada, por imposible. No es un ejercicio estilístico, sino una reflexión sobre el peso de las formas y de los estados anímicos asociados a ello. ¿No son los estados anímicos los que con más fuerza se traspasan en cada uno de los géneros que se apuntan, en cada una de las versiones y modos que enuncian la desaparición de Humboldt?

Es el individuo, en su inexistencia, en su posición de desconocimiento absoluto de su lugar, quien le devuelve a la historia, como camino trazado por los vencedores y por los vencidos, su carácter de ficción, que permite que miremos los hechos como múltiples, si allí en un cuerpo caben las varias edades del hombre y si la materia puede habitar ese lugar. La escritura de Negroni se aleja de la exigencia de una escritura y se ubica en otra que encuentra sus bases en el modernismo, las vanguardias, en la expresión de un lenguaje que se mueve por las superficies para entrar en otras profundidades. Es una escritura que integra a su medio en la ficción, derribando las certezas sobre la incerteza del cuerpo y de la realidad, pero sobre todo la incerteza que entrega el lenguaje como una forma más del juego, y con eso como colchón se acomoda en medio de las grietas de la historia. No es raro, pues estamos instalados en una realidad que poco nos pertenece de manera compleja, y quiero decir a nosotros como Latinoamericanos.






Bibliografía:

Negroni, María. La Anunciación. Buenos Aires: Seix Barral, 2006.



Fecha de recepción: 20/7/10
Fecha de aceptación: 25/8/10







Citar como: Ríos, Mónica. “La Anunciación de María Negroni. Prismas de la enunciación.” Revista Laboratorio 4 (2011): n. pag. Web. <http://www.revistalaboratorio.cl/2011/06/la-anunciacion-de-maria-negroni-prismas-de-la-enunciacion/>