TRACTATUS NON SEQUITUR: Respuesta a La antifilosofía de Wittgenstein por Alain Badiou

TRACTATUS NON SEQUITUR: A Response to Alain Badiou’s Wittgenstein’s Antiphilosophy

 

Autor: Mike Wilson ((Mike Wilson es PhD. en Literatura de Cornell University. Actualmente se desempeña como académico de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autor de la novelas El púgil, Zombie y Rockabilly, y editó la colección de ensayos Where Is My Mind? Cognición, Literatura y Cine))

Filiación: Facultad de Letras (Pontificia Universidad Católica de Chile)

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RESUMEN
La antifilosofía de Wittgenstein por Alain Badiou intenta abordar el Tractatus Logico-Philosophicus bajo el lente de la crítica continental. Aunque el libro propone algunas perspectivas novedosas, la lectura de Badiou se reduce a un misreading. Es un texto decepcionante que se apoya en una argumentación ad hominem cuyo único fin es suplantar las conceptos del austriaco con su propia ontología de la verdad.
Palabras clave: Wittgenstein; Badiou; Antifilosofía; Tractatus; Lacan
ABSTRACT
 Alain Badiou’s Wittgenstein’s Antiphilosophy is an attempt to provide a nuanced reading of the Tractatus Logico-Philosophicus under the lens of continental criticism. While the book proposes a number of original approaches, Badiou’s misreading misses the mark. The final result boils down to ad hominem reasoning as well as a disappointing attempt to supplant Wittgenstein’s ideas with Badiou’s own ontology of truth.
Keywords: Wittgenstein; Badiou; Antifilosofía; Tractatus; Lacan

 

 

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En La antifilosofía de Wittgenstein ((Esta respuesta se basa en la traducción del texto original de Badiou, L’antiphilosphie de Wittgenstein (Editions Nous, 2009) al inglés(Verso, 2011).)), el filósofo y crítico Alain Badiou aborda el corpus de Ludwig Wittgenstein de la única manera que puede; condicionado por la noción continental de lo que significa hacer filosofía, y en este caso particular, bajo el lente de Jacques Lacan. Lo reconoce a lo largo del texto, en la primera frase del prefacio afirma que su concepto de la figura del antifilósofo es pauteada por Lacan, “taking my lead from Lacan” ((sigo el camino señalado por Lacan.)) (67). Asimismo, señala que el pensamiento de Wittgenstein conlleva una actividad antifilosófica sintomática de una “archiestética artística”.

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La idea de Wittgenstein como un antifilósofo no es descabellada, particularmente cuando se toma en cuenta que algunas lecturas de sus textos, en especial del Tractatus Logico-Philosophicus, señalan el fin de la filosofía, y que la crítica subyacente de la obra del austriaco busca desnudar la naturaleza inane de todo aquello que se hacía llamar filosofía. Sin embargo, Badiou privilegia su propia interpretación del término para que éste se adecue a su noción de lo que significa ser un antifilósofo; un pensador solitario, absolutista, misógino, que expresa opiniones violentas sobre la filosofía, y cuya vida es un teatro en el que el antifilósofo “vive” sus ideas. Además, según Badiou, la figura del antifilósofo se caracteriza por su búsqueda de un filósofo contra el cual polemizar y para así hacer de éste un ejemplo canónico de la vacuidad de la filosofía. El conjunto de todos estos rasgos resulta en un solo diagnóstico (según Lacan vía Badiou); psicosis (166).

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El concepto que Badiou elabora de la vida del antifilósofo como un teatro en el cual se desenvuelven las ideas es interesante. En el caso de Wittgenstein, Badiou señala que la “temática” a mano es la lógica y la matemática, sin embargo, el acto antifilosófico de Wittgenstein es archiestético dado que favorece el medio no-proposicional de mostrar lo inefable, y por ende, Badiou concluye que este es un acto artístico, o sea, el elemento que trasciende el acto y paradigma antifilosófico como archiestético (80). Sin duda este es un concepto atractivo, pero a la vez sujeto a la interpretación que le da Badiou a la biografía de Wittgenstein; lo que implica un contrabando retrospectivo de la vida del austriaco, historia que Badiou baraja y aísla según su antojo. Éste comenta los años inmediatamente post-Tractatus en los que el austriaco decide abandonar la academia para dedicarse a enseñar matemática primaria en las aldeas rurales de Austria, pero a la vez procede a restarle credibilidad a esta decisión, señalando que a la larga Wittgenstein abandona el “teatro” de sus ideas para tomar una cátedra en Cambridge. Aún así, por interesante que pueda ser esta observación, es un dato aislado y accesorio, más afín quizás con la lectura terapéutica de Wittgenstein.

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Badiou establece un lenguaje y una terminología definida por él mismo que le permite elaborar un argumento ad hominem. Por ejemplo, da por dado que puede imponer conceptos lacaniananos en equivalencia a la terminología empleada por Wittgenstein; e.g. el uso de “lo Real” como equivalencia de lo inefable del Tractatus.

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La debilidad fundamental del libro de Badiou es la actitud que asume ante la segunda etapa de Wittgenstein. Ignora y relativiza la importancia de la segunda etapa, limitándose a repetir que las Investigaciones filosóficas es un texto sofista sin justificar la postura de manera satisfactoria; confiesa que intentó abordar el libro para escribir la segunda parte del texto en cuestión, pero que no logró interesarse. Su sentencia es abrupta y reduce Investigaciones a una “filosofía de gramática anglo-americana” (70) y que lamentablemente pierde la “espiritualidad estalinista” (71) del primer Wittgenstein. Para aquellos lectores que están familiarizados con las ideas de Wittgenstein, estas incoherencias de Badiou no merecen más elucidación. La omisión y desprecio que siente hacia Investigaciones es sorprendente, particularmente a luz de lo que Badiou busca lograr; una deconstrucción, o mejor dicho un proceso de Destruktion heideggereano con el que busca desfondar las nociones previas de lo que es “verdad”, “inefable” o “místico” para suplantarlas con su propia ontología de la verdad. En fin, deja la impresión de que no exploró ni entendió Investigaciones. Apenas cita una que otra frase aislada cuando éstas se conforman a su lectura.

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Dejando Investigaciones de lado, Badiou exhibe un manejo pobre del Tractatus; fracasa al no identificar las distintas interpretaciones e impone su lectura personal para luego deconstruirla. Pero en efecto, no deconstruye a Wittgenstein, sino más bien deconstruye su propio misreading. Badiou no logra hacer más que refutar a Badiou. No capta las sutilezas del Tractatus, particularmente al enredar los conceptos de «verdad», «sentido» y «valor» dentro del «mundo» vis a vis fuera del «mundo». Distorsiona los contextos para adecuarlos a sus argumentos, caso y ejemplo: el dialogo forzado entre el Tractatus y Leibniz para abordar la relevancia de la matemática en el pensamiento de Wittgenstein. Al parecer Badiou ignora por completo la existencia del rol de Gottlob Frege y Giuseppe Peano, y apenas nota la de Bertrand Russell.

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La interjección aislada y gratuita que hace sobre la misoginia, lo femenino y lo inefable es quizás el momento más incoherente y desconcertante del libro. Badiou deja entrever cierto oportunismo paternalista que delata una manipulación crítica de lo femenino. Esta interjección lamentable es otro caso de lógica non sequitur –como la que exhibe ante Investigaciones- y tampoco merece ni precisa mayor respuesta.

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Badiou manipula la terminología, hace un photoshop filosófico, escogiendo citas aisladas que extrae de un sinnúmero de textos, incluyendo testimonios y cartas para armar un fantoche con el rostro de Wittgenstein y para así obligarlo a decir lo que el titiritero quiere.

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Las interpretaciones que hace Badiou del rol de las matemáticas en la filosofía son desconcertantes. Badiou ha adoptado la matemática, particularmente la teoría de conjuntos establecida por Georg Cantor para articular su propia ontología. Es un modelo por el cual Badiou ha llegado a conclusiones algo extrañas, como por ejemplo declarar certeza teológica sobre la inexistencia de dios vía la teoría de conjuntos; que la imposibilidad de que exista un conjunto de todos los conjuntos ((La paradoja de Russell.)) confirma que no hay dios. La creencia o ateísmo de Badiou me es irrelevante, lo preocupante es la argumentación non sequitur y la adopción dogmática de la matemática (particularmente la teoría de conjuntos) como ontología. Por mucho que Badiou afirme lo previo con convicción, sigue siendo incoherente. Caso y ejemplo enciclopédico de los sinsentidos a los que se refiere Wittgenstein; señala que éstos se manifiestan cuando “el lenguaje se va de vacaciones” (Investigaciones filosóficas 38). Quizás es por lo previo que ataca a Wittgenstein con particular vehemencia cuando aborda el tema de la matemática; sabe que Wittgenstein descartó la matemática como un vehículo de la certeza, debilidad insinuada por la paradoja de Russell y confirmada por los teoremas de incompletitud de KurtGödel.

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Cualquier texto que quiera abordar la noción filosófica de «verdad» en Wittgenstein no puede hacer caso omiso al texto del austriaco sobre la certeza ((On Certainty)). Da la sensación de que Badiou no tiene consciencia alguna de la existencia de los comentarios de Wittgenstein sobre la certidumbre.

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En los apuntes al final del libro, Badiou confiesa que para la escritura del texto ha utilizado una fotocopia de una traducción sin publicar del Tractatus; dice que el manuscrito representa un esfuerzo “anattempt” (157) de parte de Etienne Balibar por traducir el Tractatus para sus estudiantes en 1990. Que Badiou se haya apoyado enteramente en una traducción inédita (sin editar en todo sentido) del Tractatus es preocupante. La exactitud del lenguaje en el texto de Wittgenstein es clave, particularmente cuando Badiou ancla muchos de sus argumentos en la interpretación precisa del lenguaje de las proposiciones encontradas en él.

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Badiou cae en la trampa. Se pierde en el laberinto del Tractatus (el mismo laberinto contra el cual el propio Wittgenstein advierte al lector). Es cegado por el bosque de juegos lógicos y no puede (aunque sospecho que no quiere) captar lo que implica el Tractatus: un cambio radical de paradigma. Wittgenstein es inequívoco: «Mis proposiciones sirven como elucidaciones en el siguiente sentido: cualquiera que me entienda, eventualmente las reconocerá como un sinsentido, cuando las ha usado -como escalones- para subir más allá de ellas. (Él debe, por así decirlo, tirar la escalera después de que la ha escalado). Debe trascender esas proposiciones, y entonces verá el mundo de manera adecuada» (Tractatus 108). Badiou no hace caso, cree que Wittgenstein amaga, que ironiza. Badiou no se atreve a descartar la escalera por la que sube, más bien todo lo contrario; su mirada no se aparta de los peldaños. Las objeciones (mayormente lacanianas) que expresa sobre la «antifilosofía» de Wittgenstein las articula desde ahí, desde los peldaños, sin abandonar el paradigma dogmático, cosa que resulta en argumentos circulares que se desdoblan y se vuelven sobre sí.

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Badiou queda atrapado entre singularidades e interpretaciones del sujeto y las paradojas que resultan de las proposiciones. Hasta llega a sobreanalizar la advertencia misma de Wittgenstein, pero irónicamente no es capaz de verla. En esto se equivoca, tal como Russell al declarar en el prólogo del Tractatus que éste era un texto sobre la filosofía del lenguaje, o como los miembros del Círculo de Vienna que juraban que Wittgenstein era un profeta del positivismo. Y aún en estos casos se podría justificar el error por la inmediatez del texto; eran coetáneos del Tractatus y aún no habían logrado elucidar las posibilidades del libro. En ese sentido lo de Badiou es más grave dado que cuando tardíamente entiende que debe lidiar con el filósofo más importante del siglo XX, el Tractatus ya está ad portas de cumplir un siglo de vida.

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En fin, Badiou no puede ni quiere concebir semejante cambio de paradigma, la simple idea le es ofensiva y pecaminosa. Por lo previo, atiende a sus dogmas y busca tomar las ideas del Tractatus del cuello y jalarlas de vuelta al dominio de lo que le es inteligible; esto último queda en evidencia en la conclusión auto-congratulatoria de Badiou, “henceforth Wittgenstein the antiphilosopher is delivered over to philosophy” ((“A partir de ahora Wittgenstein el antifilósofo queda entregado a la filosofía”.)) (157). Lo que Badiou parece ignorar es que lo que trae a rastras no son las ideas del austriaco, sino un fantoche de Wittgenstein en cuyo interior yace su propia mano.

 

 

Fecha recepción: 15/10/2012
Fecha aceptación: 19/11/2012