Relatos de viaje

1. Elle à Paris o El color de la vainilla

Autor: Ramon Dachs ((Ramon Dachs, poeta y escritor (Barcelona, 1959), ha publicado y expuesto individualmente en España, Francia, México, EUA y Argentina. Su último libro, Álbum de la Antártida (2009), fue suscitado por un viaje a la península Antártica y el mar de Weddell a bordo del buque oceanográfico Hespérides, invitado por la expedición científica ATOS-2. Desde 1978, ha explorado y desarrollado sistemáticamente las poéticas no lineales, uno de cuyas realizaciones, su Escritura Fractal, ha sido objeto de cuatro exposiciones internacionales. Toda su poesía, publicada íntegra por libros, se estructura en un único ciclo multilingüe: «Euràsia/Transeurasia/Antarctique (1978-2008)». Desde 1991 compagina la creación con la profesión de bibliotecario documentalista especializado en Humanidades. Pàgina web: http://www.hermeneia.net/interminims/autorc.htm.))

(Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, España)

E-mail: [email protected]


Nota del autor: este texto es el capítulo 6 del libro en proceso Álbum errante, que formará una trilogía con Álbum del trasiego y Álbum de la Antártida (2008 y 2009). Se trata de una propuesta narrativa de género borroso donde texto y fotografía se suman en un todo inextricable, encauzados por una ruta creativa cuyo primer precedente explícito está en Nadja, de André Breton. En este caso, las seis fotos se distribuyen en tres dípticos. ¿Autoficción? ¿Reportaje autobiográfico en tercera persona? ¿Ensayo? ¿Diario de viaje? Se trata de un capítulo en complicidad con la cantautora argentina Marina Cedro.


 

¿Quién es ella? ¿Un desdoblamiento de su propia alma errante? ¿Ella, Él? Elle… Se encontrarán en Paris a primera hora de la tarde del sábado 20 de marzo. Desde el RER que lo transportaba del aeropuerto a la gare du Nord, él le ha mandado este mensaje al móvil: “Bonjour mer air rêve ile nom aube et la musique qui vient avec toi”. “Bonjour chemin montagne route vivant”, le ha respondido ella en el acto desde el TGV que, procedente de la costa atlántica, la encamina veloz hacia la gare de Montparnasse.

Qui est-elle? C’est lui-même? Un alma errante en dos cuerpos… Acaba de instalarse en la chambre 405 del Est Hôtel, en el 49 del boulevard de Magenta. Una habitación tranquila y agradable. Hace bueno y ha decidido pedir une salade auvergnate et un verre de rouge juliénas en la terraza de Le Réveil du 10ème, en el 35 de la rue Château d’eau. “J’arrive à Montparnasse à 14,20 h. Peux-tu venir me chercher à la gare du Nord ?”. “Oui, je serai à la porte principale. Nous avons une jolie chambre. Bienvenue à Paris”.

Se encuentran en la puerta de la place Napoléon III. Bajo la nubosidad creciente, están los dos radiantes. Camino del hotel, ella se aprovisiona de las frutillas que va comiendo en todas partes: manzanas, mandarinas… Las selecciona detenidamente en un puesto muy vistoso que descubre en el mercado del boulevard Magenta. Mientras lo hace, él recuerda Suzanne, la dulcísima canción de Leonard Cohen. Ahora lleva el pelo recogido en el gracioso moño que, a lo largo del día, se hace y deshace sucesivamente. Qué linda.

“Je suis l’âme errante”, afirma Nadja, de André Breton, el 4 de octubre de 1926. Pero ni Ella es Nadja (que, por cierto, se alojaba en el Sphinx Hotel del mismo boulevard Magenta), ni Él es Breton. Aunque compartan itinerarios parisinos, son muy distintos. Podría concluirse que tanto él como ella tienen de Nadja y de Breton por un igual; o casi. La habitación 405 es cálida, cómoda, añeja, clara… con encanto. De las dos camas contiguas, ella escoge la de la ventana; queda para él la del baño. Predominan los rojos.

En el Centre Pompidou, visitan dos temporales: Lucien Freud: l’atelier, y Elles. Freud ha explorado con brillantez nuevas puestas en escena del cuerpo humano. Que todos reconocemos en nuestro imaginario aunque resulten inéditas en un lienzo; esa es la poderosa razón por la que nos subvierte la mirada. Poco interés les merece Elles, una muestra que él había sobrevolado en enero al visitar fascinado La subversión des images: surréalisme, photographie, film; y rememora L’Esprit de l’escalier, de Marcel Mariën.

Al salir, se reúnen con Florent Fajole y Marta Martínez Valls en Jean-Bernard AOC, 157 de la rue Saint-Martin, el bar à vins que flanquea la entrada al pasaje Molière por el que se accede a La Maison de la Poésie. Momentos de charla y amistad distendida. La rue Saint-Martin, que se convierte en Faubourg Saint-Martin al cruzar la porte Saint-Martin, es el camino de descenso al Sena y de vuelta a casa; el conducto al hotel en línea recta. Florent editó su Codex mundi. Marta traducirá su Álbum de la Antártida.

El comedor art nouveau 1906 del Bouillon Racine, 3 de la rue Racine, en el primer piso, es un escenario maravilloso para una cena íntima. Aquí se abandonan los dos con placidez para compartir sus recuerdos, inquietudes y fantasmas familiares, amorosos, creativos… perezosamente, sensualmente. Para iniciarse en el otro, en la otra, “por el viaje incesante que conduce de mi alma a ti, así el mundo se transmite en las luces de esta ciudad gótica del siglo XXI.” Así le había dedicado ella su libro en Barcelona. Así.

Matinée en el hotel. Él pide por teléfono que les sirvan el desayuno en la habitación y le responden que el servicio no está previsto. Désolé. ¡Cómo que no! Ella sale arrebatada en bata y zapatillas. ¡La sangre de tres de sus abuelos era italiana! Él espera el desenlace sonriente, tumbado en la cama en pijama. Al poco, irrumpe ella con un grito de alegría, seguida por una amable portuguesa portadora de sus desayunos. Muito obrigado. No hay prisa; su rendez-vous para almorzar con Christophe y Anne en Montmartre: 12,30 h.

A petición de él, ella se pone el corpiño que apareció misteriosamente en la habitación del Marseille des Anges, en Buenos Aires. La camiseta vacante ha hallado su cuerpo. En efecto, la talla es su talla. ¿Le estaba destinada? Le hará unas fotos a contraluz, de espaldas, frente a la ventana. Con flash y sin flash. Mientras ella se coloca, él dispone improvisadamente los ropajes de la cama y la encuadra. Recuerda con vaguedad las mujeres frente a una ventada de Hopper, Vermeer, Hammershoi… Dispara varias veces.

Christophe Marchand-Kiss y Anne Kawala los reciben entrañables en su casa a pesar de acabar de regresar de Montpellier y tener un acto público a las pocas horas. Se adivina que su relación es apasionada y atormentada. Probablemente, acaban de reñir. Parecen desencajados. ¿O es el cansancio? Ellos le descubrieron el Bouillon Racine el 30 de septiembre. Estaban pletóricos. Fue una velada mágica con paseo, cena, copas… Los excesos etílicos se saldaron de forma grata. Hoy siente un cariño intenso por ellos.

Breton fue un auténtico avanzado de la autoficción, de la integración de imagen y texto… Por la tarde vuelven a la Maison de la Poésie, donde Claude Guerre, el director, les dedica unos minutos. Se siente más cerca de Nadja que de la más contemporánea autoficción. Victoria Cirlot tenía razón al incitarlo encarecidamente a una relectura. “La libertad […] exige que se disfrute de ella sin restricciones en el tiempo en que se da, sin ningún tipo de consideración pragmática […]. Nadja estaba hecha para servirla.” Así es.

Cenan chez Michaël Batalla & Virginie Linhard en la rue Château d’eau. También está invitada Monique Nizard, directora de la Cité européenne des Récollets. A Michael debe la impecable edición de Blanc: topoèmologie en 2007. Él le descubrió Le Réveil du 10ème en enero. Sus amistosas reuniones en restaurantes parisinos son emotivas. En septiembre la habían celebrado en Roger la Grenouille (26, rue des Grands-Augustins). Van a pedir subvenciones para la traducción del Álbum de la Antártida. Un beau projet.

Ellos y Monique se retiran poco antes de medianoche. Mañana es lunes y sus anfitriones emprenden una dura semana. Al llegar al boulevard Magenta, se despiden. El hotel está a la vista, a la izquierda. Pero un bar atractivo los reclama desde la otra acera y ellos dos deciden tomar una copa de champagne. Así comentan y prolongan la jornada. Recuerda, viéndola y oyéndola charlar, la foto que le ha tomado antes del almuerzo, bajando por las escaleras de Montmartre. Y siguen flotando sobre Paris como ángeles luminosos.

Desayuno en la gare de l’Est, en la agradable cafetería ubicada tras la fachada, al lado de la farmacia. Ella acaba de cambiar su billete de vuelta en TGV para adaptarse a los servicios mínimos de la huelga anunciada para mañana. Hace un día soleado precioso. Están hablando absortos de sus libros, de literatura… Se produce en la mesa una sintonía magnética indescriptible, de gran densidad, que le provoca una erección embriagadora. Hoy la encuentra más bella que ayer y anteayer… brilla en todo su esplendor elle à Paris.

Qué decepción: cuando llegan al Grand Palais para ver la exposición de Turner, un aviso advierte a los visitantes de una espera mínima de dos horas y media… Cambio de planes. Le propone uno de sus paseos preferidos. Toman el metro frente al Jeu de Paume, hoy cerrado por ser lunes, y se apean en Hôtel de Ville. Tras mostrarle su Hôtel Paris Rivoli de otras ocasiones (19, rue de Rivoli), toman la rue du Pont Louis Philippe. En la esquina con François Miron, le señala, para otra vez, el bar mexicano La Perla.

Al pasar frente a la Gallerie Agathe Gaillard, le pide que pose para una foto. Su Álbum de la Antártida incluye otra que tomó a su madre ante el mismo escaparate rojo. Aquélla, a medianoche. Ésta, a mediodía. Entonces había una gran retrospectiva de Avedon en el Jeu de Paume; en enero, lo cautivó la muestra Fellini, la Grande Parade. Esta foto y la de la habitación comparten ventana y tonos rojizos; elle de cara, elle de espaldas; en ambas, mirando a la luz de frente. Anverso y reverso de su estar presente.

¿Por qué lo atrae tanto la fotografía y su conjugación narrativa con el texto en literatura? Acabaría por hacer libros casi exentos de escritura, por crear literatura a partir de fotografías. ¿Una suerte de post-poesía en imágenes reverberando sobre una larga prehistoria textual? ¿Capturas de silencio? ¿En síndrome de abstinencia de la escritura? Recuerda ahora Last Tango in Paris, el film de Bertolucci. ¿Delirium tremens del amor? – Garçon, une coupe de champagne et une Perrier. Y la fotografía en el Louis Philippe.

El 5 de enero, mientras cenaban en Le Réveil du 10ème, Michaël lo había puesto sobre la pista de Denis Roche, poeta y fotógrafo. El día 6, en plena nevada, fue por la rue Saint-André des Arts (se alojaba en el Paris Rivoli) hasta la Librairie La Hune, en el boulevard Saint-Germain, donde se compró el libro La photographie est interminable: entretien avec Gilles Mora, de Denis Roche (Seuil, 2007), que leyó entero por la tarde en su vuelo de regreso a Barcelona. Louis Philippe, Montmartre. Anverso, reverso. Elle.

Hoy, 22 de marzo, están repitiendo los dos su ruta solitaria del 6 de enero, también a la hora del aperitivo, camino del boulevard Saint-Germain. Cruzan el puente Louis Philippe, después el puente Saint-Louis, bordean Notre Dame por el norte, y flanquean la fachada encaminándose a la place de Saint-Michel, para continuar por la rue de Saint-André des Arts. En la librairie Taschen, él le regala una monografía de Doisneau que exhibe en la cubierta Le Baiser de l’Hôtel de Ville (1950), tal vez su foto más conocida.

Poco después, al cruzar la rue Mazarine, reconocen la mesita exterior de Le Buci donde ayer, apretados a la francesa, tomaron champagne. Enfrente, a pocos metros, se halla la Librairie Mazarine. Allí se presentó el nº 4 de New Magazine, en el que colaboró con “Envol: palimpseste”. Su pasado parisino se vertebra de repente en la rue de Saint-André des Arts. Y ella descubre con júbilo una heladería Amorino, su cadena preferida; pero es demasiado tarde: han quedado para almorzar con Jean-Pierre y Claudette Balpe.

Se reúnen con ellos, tras cruzar el boulevard Saint-Germain, en La Petite Cour, 8 de la rue Mabillon, donde el antiguo mercado. Cuando la ve descender por las escaleras de acceso al patio subterráneo, recuerda en cadena, precipitadamente, el descenso que fotografió ayer en Montmartre, le Nu descendant un escalier de Marcel Duchamp, L’Esprit de l’escalier de Marcel Mariën… y decide hacerle una foto de súbito. Este restaurante apacible es un lugar de encuentro charmant en medio del bullicio urbano.

La noche que se conocieron, Elle estaba de paso por Barcelona. Los había puesto en contacto Ana Becciu, la escritora argentina, amiga de ambos. Se lo agradecerán siempre. Se citaron a última hora en la Biblioteca, por cuyas dependencias pasearon, y después cenaron en el Cafè de l’Acadèmia, intramuros romanos. Como ella estaba acatarrada y llovía, hicieron el trayecto en auto. Ambos se embelesaron en la mesa hasta el cierre del restaurante. Después, de nuevo bajo la lluvia, él evocaba el film La Notte, de Antonioni.

Jean-Pierre Balpe es el director de la Biennale Internationale des Poètes en Val-de-Marne y Claudette, su mujer, una destacada científica. Los conoció a raíz de su participación en Notopos de septiembre (materializada en la performance de la Maison de la Poésie). Aunque la invitación provenía de Christophe. Como quiere pedir una résidence d’écrivain en Paris para medio año, espera que lo aconsejen sobre las estrategias a seguir. Y también que Elle los conozca. El almuerzo resulta muy cordial.

¿Cómo explicarse que cuando se vieron por primera vez tuvo la impresión de recordarla, de conocer su cuerpo oculto en la indumentaria, la palpadura de su piel intacta, las modulaciones de su voz inaudita, su aliento y sus pasiones, como si hubiera compartido otra vida con ella? Y esa impresión de reencuentro, por añadidura, era tan reconfortante… André Breton habló de azar objetivo. Y aquí vuelve la escalera ascendente de Marcel Mariën: un par de zapatos vacíos suben los primeros escalones…

En el Cafè de l’Acadèmia, pidió una botella de Abellars, un tinto Priorat que le encanta. Cuando se la sirvieron, brindaron. Entonces, ella lo atravesó como un rayo con sus ojos verdes, intensos y brillantes de soslayo. Un escalofrío lo sacudió, un momentáneo temblor que lo obligó a bajar la mirada sobre la copa, y la sorbió. Al final de la cena, cuando devolvió la mirada con parecida intensidad, un largo mechón del cabello de ella se prendió con la velita de la mesa. Un segundo incendio sofocado a su vez en seguida.

Hopper pintó también algunas escaleras. Como la del 48 de la rue de Lille, donde se alojó de joven en Paris. Ayer por la noche, la escalera de Michael y Virginie le recordaba ese lienzo. ¿O fue la escalera de Anne y Christophe al mediodía? Nuestra mente está llena de escaleras cruzadas atravesando sus distintos niveles. ¿Anticipan porvenires, los zapatos ascendentes de Mariën, o el misterioso corpiño aparecido en Buenos Aires? Tras subir la escalera, se despiden de Jean-Pierre y Claudette en la calle.

Elle quiere un helado y él une coupe de champagne. Les quedan pocos minutos para la despedida y ambos desean apurarlos. En Amorino, se decide por la opción de dos bolas y media: vainilla y pistacho con media de Málaga. Una vez fuera, le da a probar los tres sabores, uno a uno, con su cucharita. Él se demora calmo en el ritual de degustación. A continuación, toman asiento en Le Buci apretujándose en la única mesita libre en la acera, ante la Librairie Mazarine. – Garçon, une coupe de champagne et un verre d’eau.

Él la abraza por el hombro a su vera izquierda sintiendo el pálpito de tan delicado cuerpo como si tuviera un frágil gorrión en la palma de una mano. Les apetecería compartir una creación, están de acuerdo. ¿Un poema, un libro? Ella prefiere un libro. Y de una cucharadita del helado surge el título: El color de la vainilla. El proyecto queda bautizado. ¿Cómo lo firmaran y habitarán? Con pseudónimos: ella se llamará Maga y él Roman. La Maga cree que el placer es adictivo y se siente gravemente feliz. Et lui aussi.

Roman, a modo de secretario, anota meticulosamente estas coordenadas fundacionales en una hojita cuadrada de las que usa habitualmente. Lo hace con el trasnochado bolígrafo Parker diseñado en los años cincuenta, sobre la trasnochada mesita redonda de mármol de l’après-Guerre en Le Buci. Paris, 22 mars 2010 à l’après-midi: La Maga y Roman fundan El color de la vainilla. ¿Por qué las casas de Paris tienen color de helado de vainilla? Esperan descubrir el misterio durante la ejecución de su ambicioso proyecto.

Tras un efusivo abrazo, ella se va. Desde el otro lado de la rue Mazarine, se vuelve sonriente con la mano alzada. Él le responde moviendo la suya, alzada también, sentado aún tras la mesita redonda. “La felicidad es no tener jefes e ir andando al trabajo”, leía en la contraportada de La Vanguardia del 24 de febrero. Al pasar por la habitación para recoger su maleta, entreabre un momento la ventana por donde ella miró con el corpiño puesto. La felicidad, piensa, es gozar del color de la vainilla sin más.






2) Ramal ((Fragmento de Ramal, novela con fotografías que se publicará el 2011.))

Autora: Cynthia Rimsky ((Cynthia Rimsky nació en Santiago en 1962. En 1995 obtuvo el primer premio en los Juegos Literarios Gabriela Mistral por el relato inédito El aliento de Fátima. En 2001, tras un viaje por los países de donde emigraron sus abuelos, publica la novela Poste restante, que en 2002 obtiene el segundo lugar en el Premio Municipal de Santiago, y que acaba de ser reeditada el presente año por Sangría Editora. El mismo 2002 recibe la beca Fundación Andes y viaja al norte de Chile para escribir La novela de otro, publicada en 2004. En el año 2009 publica Los perplejos.))

(Santiago, Chile)

Habito un nombre con cuatro paredes.
Podéis abatirme, pero ¿qué haréis con las piedras
de mi morada derrumbadas a vuestros pies?
Edmond Jabés, El Libro de las preguntas.






Tercera vuelta

“Solo se puede llegar en tren o en lancha y lo único que hay es un restaurante de buena comida tradicional para degustar el plato típico, lisa a la teja ” ((La lisa se inserta entre dos tejas de greda que se ponen sobre una parrilla.)). Quién no sentiría deseos de conocer un lugar así. En Maquehua se entera que el rancho Astillero cerró hace años. Razonable sería ir a conocer otro lugar, pero la desaparición del rancho no mengua su apetito por el rancho. Cómo podría si los lugareños siguen hablando de él en presente, en realidad, el destiempo no se limita al rancho, de todos los lugares que desaparecieron hablan en presente. Espera que no ocurra lo mismo con la mujer que hace pan amasado. Le dicen que trabaja en la escuela. La escuela queda al otro lado del puente, el puente carece de pasada para peatones. Como no es posible cruzar al mismo tiempo que el tren, los niños entran a la escuela después que pasa el tren de la mañana y salen después que pasa el de la tarde.

El pito del tren es su campana. Como la profesora vive en Talca, las clases de los lunes comienzan después que pasa el tren de las nueve y media. En el puente siempre hay un adulto esperando para ayudar a los niños a cruzar. Los alumnos de la escuela de Maquehua primero aprenden a pasar el vacío y luego a leer.

El que viene de afuera escucha a la profesora enseñar a los alumnos que diariamente trasponen el vacío, los tipos de ganado ovino, bovino y caprino, los nombres que reciben los machos y las hembras, si son herbívoros o carnívoros, duermen de pie o sentados. Las manos de la profesora no parecen las de alguien que amasa pan. La mujer le explica que trabaja en esta escuela rural porque al jubilar su pensión será superior a la que obtendría en una escuela de Talca donde tiene su casa. Faltándole tres años para jubilar no está segura si su sacrificio va a servir. Para mantener abierta una escuela rural se necesitan cuatro alumnos como mínimo y uno de ellos probablemente se retire el próximo año.

El niño escucha con parsimonia cómo su partida echará por tierra el castillo de la profesora mientras colorea de amarillo un pato. Ayer en el río sorprendió una bandada de patos blancos con manchas negras. De camino a la escuela los niños ven los patos blancos con manchas negras y los dibujan amarillos. Le creen al libro.

Afectada por la posibilidad de que su jubilación fracase, la profesora está pensando en reabrir el rancho Astillero. El dueño es un antiguo conocido suyo y, además de vender lisa a la teja, continuará con la crianza de caracoles. Ya sacó cuentas y hay un solo problema, no sabe cocinar ni criar caracoles. Para mala suerte del que viene de afuera la que amasa el pan es la cocinera y la profesora se ofende. Si hubiera retenido el nombre que le sopló la dueña de la cabaña que alquila… creyó que no lo volvería a necesitar. Siendo la hora en la que el tren a la costa pasa por Maquehua, no se atreve a cruzar el puente para volver a la estación.

Antes de confundirla con la mujer que amasa pan, le pareció que la profesora buscaba un socio. En el Banco guarda una suma que alcanzaría a costear el arriendo y la habilitación del rancho. Por lo que leyó, se trata de un lugar aislado al que solo se llega en tren o en bote desde la costa y siempre que las condiciones meteorológicas lo permitan. Es la soledad que necesita para trabajar en el retrato, piensa.

Desde esta orilla del río divisa el camino que ayer siguió en la otra orilla con el hermano mayor de la dueña de la cabaña. A pesar que ya había cruzado el río en Los Romeros, la dueña de la cabaña de Maquehua insistió en que debía atravesar nuevamente con su hermano mayor. En un punto abandonaron la línea férrea y subieron a un promontorio. Hacia una playa de piedras igual a la de esa orilla sopló el hermano su palabra. Nada se movió al otro lado. El hermano continuó empujando sobre las aguas el nombre hasta que en la otra orilla apareció una figura. Te voy a decir algo para que no te sorprendas, a mí me da lo mismo porque a las personas hay que aceptarlas como son: la hermana de mi compadre no es hombre ni mujer. Intrigado por este curioso ser, el que viene de afuera le preguntó cómo lo supo. No le gusta meterse con ninguno de los dos sexos, ella solita no más. A cada uno hay que respetarle su gusto, digo yo. A pesar de que la mujer llevaba el pelo cortado a tijeretazos y los pantalones arremangados dentro de las botas de hule, no había duda de que era una mujer. El hermano necesitaba cruzar el río para traer una yunta de bueyes con la que subiría los materiales que le faltaban para construir su casa en la colina. Antes de subir al bote, el que viene de afuera le hizo ver la posibilidad de que siguiera lloviendo, el hermano aseguró que no llovería. En la otra orilla comenzó a llover. El compadre vivía con la hermafrodita, un primo y un tío viejo, no había niños y todo pertenecía al patrón extranjero. Los días claros no importaba pero la lluvia les arrebataba hasta la posibilidad de servir y, cautivos del alero que goteaba, pasaban las horas contemplando en las nubes lo que las nubes no dejaban ver.

Mientras hacían tiempo, el hermano preguntó cuándo habían desaparecido las cosas que habitaban la infancia. El compadre, la hermafrodita, el tío viejo y el hermano entonaron a coro las pérdidas. Demoraron tanto que escampó. Un vecino vino a avisar que el gringo, propietario del fundo, venía en camino.

Mejor nos vamos porque al patrón no le gusta que uno ande por aquí, hay que respetar a las personas como son, le advirtió el hermano. Dejaron atrás los bueyes, la orilla del río y la posibilidad de volver en el bote de la hermafrodita. Atardecía cuando encontraron a un hombre que arreglaba una cerca. Del otro lado un viejo le conversaba y de este, el hermano. Era difícil seguir la conversación; de la vaca en el potrero vecino decían que era una bonita vaca, hablaban de cuánto costó o podría haber costado. No concordaban los precios ni la proporción entre lo que se podía obtener de la vaca y lo que gastaron en alimentarla, no calzaban los proyectos a partir de esa única vaca ni los apetitos que despertaba en las personas de mal vivir, que se instalaron en la costa, atraídos por la planta de celulosa en la que no había trabajo. Era imposible que a esa vaca la hubiese robado tanta gente. La única explicación era que hablaban de todas las vacas que conocían personalmente o de oídas, no solo las que estaban vivas, muertas o desaparecidas, también las que alguna vez estuvieron vivas muertas o desaparecidas. De camino a la casa del hombre que arregló la cerca para que la vaca del vecino no viniera de su lado, llegaron a la misma paradoja con las aceitunas, las naranjas, las nueces y las uvas: teniendo un valor que les permitiría vivir con soltura, en algún momento ese valor desaparecía. Como las aceitunas, las naranjas, las nueces y las uvas continuaban allí, se veían obligados a desviar lo que estaba destinado para sobrevivir ellos en hacerlos mal vivir a todos. Así era como los techos de cuatro aguas de las casas quedaron soportando dos, los demás se desplomaron. Cada generación recolectaba lo que caía en un tambor oxidado. El tiempo del hombre que levantaba una cerca para que la vaca del vecino no pasara de su lado, se derrumbó después que su esposa lo abandonó por un taxista de la costa, le contó el hermano mientras el dueño de casa se vestía para acudir a una cita con una mujer mucho más joven que tomaba por novia y ella a él por su dinero.

Al notar que atardecía, el que viene de afuera preguntó al hermano cómo harían para cruzar a Maquehua. Le habría gustado saber si el hermano lo llevó a la casa del hombre –que apareció peinado y con una camisa recién lavada, sin planchar –porque estaba enterado de que había un bote o al ver que oscurecía recordó que el hombre de la cerca tenía un bote. A oscuras por la corriente no hablaron.

El cuerpo del hombre que remaba expelía un sudor que no gustaría a la novia por interés. A tientas subieron a la línea férrea. La primera noche en la cabaña de Maquehua, la hermana le dijo: Después de lo que pasó, mi hermano mayor no está bien. Pasó que habiendo regresado de un viaje por trabajo, el hermano se encontró con que su llave no abría la puerta de su casa. Hacía veinte años tenía la misma llave y la puerta, la misma cerradura. Desde el día en que mi familia me dejó afuera, no me pregunto cómo voy a regresar, respondió el hermano cuando estuvieron de este lado del río a la duda que el de afuera le expresó en la otra orilla. Mientras caminaban hacia el pueblo, se preguntó cuál sería el alcance de la sabiduría del hermano. Este afirmó que desde su casa en la colina se veía todo.

La subida se hizo penosa. Ve que no era nada, le dijo cuando llegaron. De la casa que comenzó a construir después que lo echaron de su verdadera casa, solo había tres muros exteriores, parte del techo y un tabique. El hermano le presentó los dormitorios, el baño, la cocina, los armarios. Aventajado el sueño inconcluso, lo hizo entrar a una caverna remendada con cartones y tablas en la que vivía desde que lo dejaron en la intemperie. A la entrada había una mesa –el comedor. En la penumbra se hizo difícil reconocer a qué correspondían las sombras que se abalanzaban desde las paredes y el techo. Hacia la parte que limitaba con el cerro surgía una abertura, el lugar donde dormía –el dormitorio. El que viene de afuera prefirió seguir a la intemperie. La hermana le dijo al llegar: En este lugar no hay con quién conversar. Supuso que quiso decir: No hay quién nos escuche. En las seis horas que llevaban juntos, el hermano abrió su sabiduría a todas las cosas. Al único lugar al que la sabiduría no entraba era a la caverna donde por la noche se retiraba. Por favor, quédese otro rato, todavía le queda vino, sírvase, usted no conocía esta forma de tomar vino con huevo, es algo nuevo para usted, aquí no se deja con el vaso servido. El que viene de afuera volcó su vaso.

No se vaya todavía, rogó el hermano llenando otro. Como de todas formas se levantó, el hermano interpuso su cuerpo en la salida. Hábleme de su retrato, cómo piensa hacerlo. “Es tarde”, le advirtió. Qué tontera la mía no fijarme en la hora. No es tan tarde, ya sé lo que vamos a hacer, mañana me voy a levantar a las cuatro para hacer pan y se viene a tomar desayuno conmigo. “Mañana iré a buscar los lagares de cuero”, se excusó. Entonces se viene a almorzar, voy a ver si consigo una lisa, yo mismo la puedo pillar si salgo temprano en la mañana, tengo unos clavos por ahí que pueden servir, apuesto a que nunca ha pescado con clavos. “No me interesa pescar con clavos, vine a hacer un retrato y a eso pienso dedicar mi tiempo”. El que viene de afuera confió en que su aspereza disuadiría al hermano. Al ir hacia la salida sintió en su mejilla el aliento de la caverna. No se vaya, suplicó el hermano, a esta hora podría resbalar y caer, no sería gracioso que lo encontraran herido por la mañana, sugirió. El de afuera conocía la desesperación del hermano. Las ocasiones en las que cedió a ese sentimiento, llegó a conocer la compasión, pero al hermano se lo sacó de encima. Ahora que camina hacia el rancho y en la otra orilla aparece la casa del hombre que sudó para venir a dejarlos en el bote a remos, se pregunta cómo habrá sido su cita con la joven que solo busca su dinero, la oscuridad en la que habrán dormido.

Atrás queda la cabaña, la única calle por la que también pasa el tren, la caverna, la estación, el puente, la escuela. Crujidos, carreras, caídas, murmullos. El que viene de afuera reconoce en el crujido a la corteza del eucalipto que desprende el tiempo, en la carrera a la inquieta perdiz, en la caída a las piedras que ruedan colina abajo, en el murmullo al viento que navega por el río. Si sigue adelante, en algún punto encontrará el tren que sale a las cuatro de la tarde de la costa y pasa por Maquehua. No trae reloj. Un lugareño sabría exactamente a qué distancia se encuentra de la estación y del rancho. Él solo conoce la marca de sus pasos.

A la vera del camino cuatro palos afirman unas tablas que sirvieron de cielo a los pasajeros que esperaban el tren. Unos metros más allá hay una casa de piedra con los marcos de las ventanas pintados de rojo oscuro. Le ha tocado pasar por casas que los dueños abandonaron de amanecida para ir al campo, en ellas siempre divisó una pala, un pañito colgando, un canasto, una naranja seca. Aquí nada está fuera de lugar, como si el fin no perturbara las cosas que encontró en la vuelta que salió a dar. El que viene de afuera se queda junto a las ventanas rojas, como ante el portón de la casa de la palmera, como ante la puerta de la casa de Maruri el día en que murió su padre. De acuerdo a la tradición, fueron cubiertos los espejos de la casa DFL 2 del barrio alto y del paragüero en la casa de Maruri. La madre descubrió los suyos al cabo de un mes. El que viene de afuera dejó la casa de Maruri y el país. Prometió que no volvería.

La profesora mencionó que las piscinas para los caracoles estaban hacia el río. Desde el camino no se ve el río. Las ramas de un pino tapan las ventanas. Si la casa estuviese habitada, el cuidador miraría por la ventana al que mira la ventana desde afuera y no puede ver más que las ramas. Sabiendo que solo puede tratarse del rancho Astillero, donde anida el silencio que necesita para trabajar en el retrato, huye de la casa, como huyó su abuelo de su casa en la estación de Colín.

Curvas, mariposas, manantiales, flores, crujidos, caídas, deslizamientos. Sabiendo que no hay más paraderos hasta llegar a la costa, continúa caminando. En la orilla opuesta aparecen las cabañas que vio desde el tren. Antes de llegar a Constitución hay un extenso puente de más de un kilómetro que tampoco tiene pasada para peatones. Sobrellevar un kilómetro de vacío resulta tan imposible como volver caminando a Maquehua. ¿Cómo se hace parar un tren en medio de la vía?, ¿agita la mano?, ¿levanta el gorro?, ¿hace la mímica de arrojarse a la línea con desesperación?, ¿se para sobre los durmientes y separa los brazos?








Citar como: Dachs, Ramon y Cynthia Rimsky. “Relatos de viaje.” Revista Laboratorio 3 (2010): n. pag. Web. <http://www.revistalaboratorio.cl/2010/12/relatos-de-viaje-n%c2%ba3/>